Primer Día

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"El olvido es una segunda muerte, a la que temen los espíritus más que a la primera."

El silencio se había vuelto el compañero constate de Katara en los últimos días. 

Era como si alguien le hubiera arrebatado el sentido de la vida. Su corazón estaba roto y sus sentimientos, fragmentados.

No era algo que pudiera expresar con palabras, pues era simplemente un dolor latente, como una herida abierta en su pecho y no había ningún remedio para sanarla.

Visto desde el exterior, era una actitud ridícula e infantil, el estar así por causa de un amor perdido, pero aquellos que estaban afuera eran incapaces de comprender lo que ocurría dentro de la morena.

La vida le había dado a Aang durante cuatro días, tiempo suficiente para enamorarse perdidamente de él, justo antes de arrebatárselo.

El beso que compartieron en el tren no era suficiente para saciar a Katara. Ella necesitaba verlo cada día, besarlo cada momento. No quería el recuerdo de sus labios sobre los de ella, quería sentir sus dedos entre los suyos y verlo sonreírle de esa forma tan coqueta.

Katara no comprendía por que había tenido que irse de esa forma. Bien, sabía que la vida del muchacho era así, con un padre que lo obligaba a mudarse constantemente, pero eso no hacía que ella lo entendiera con más facilidad o que el sufrimiento dentro de su pecho disminuyera.

¿Como podría volver a tomar el tren, sabiendo que ya nunca lo miraría ahí de nuevo? ¿Quien podía venir después de él? Aang había sido su primer amor, fugaz y hermoso como todos los primeros amores ¿Como podía Katara simplemente dejar irlo y dejar que con el tiempo se perdiera en sus recuerdos? ¿Como permitirse olvidarlo?

Katara se había quedado despierta hasta tarde esa noche, con la sensación de los labios de Aang aún sobre los suyos.

La mañana siguiente, Katara fue a la estación de trenes únicamente para saber si realmente Aang no acudiría ese día como le había asegurado.

Ella espero, sin comprar un boleto. Los rostros venían e iba, pero ninguno de ellos era el de él.

La hora en la que Aang tomaba la ruta se cumplió y el tren salió de la estación sin él y sin Katara.

La muchacha de piel morena se había sentido triste y defraudada, al darse cuenta que Aang no había ido aquel día.

Aún así, se negó a perderlo.

Acudió al aeropuerto de la ciudad, preguntando por los vuelos que saldrían ese día y que ya habían salido, intentando encontrase con él en aquel lugar.

Lo convencería de algún motivo para que se quedara, eso es lo que haría en el momento en que lo mirara.

—No es posible que le de a conocer el nombre de los pasajeros—me había explicado amablemente la muchacha encargada de vender los boletos de avión—. Se trata de información confidencial.

Katara tuvo que morderse la lengua para no replicar. Hubiera sido capaz de decirle cualquier mentira con tal de que le dijera si entre las listas de vuelos figuraba el nombre de Aang, pero tuvo que resignarse y solamente esperar en la sala, en busca de su rostro.

El aeropuerto se lleno y quedó vacío conforme las horas cambiaban. Aviones salieron en mil direcciones con rumbos desconocidos para ella y otros tantos llegaron, con sus viajeros de rostros fatigados por el largo viaje, pero fue igual que en la estación y Aang no estuvo ahí tampoco.

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