Un día como cualquier otro

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Yo pensaba que éste sería un día como cualquier otro. No tenía razones para pensar lo contrario.
Levantarse, vestirse, desayunar, lavarse los dientes, peinarse, besar a la gata con tristeza y salir de casa muerta del cansancio. Llegar a la escuela casi sonámbula y sentarse en el aburrido pupitre de siempre. Cinco días a la semana, la misma insípida y deprimente rutina.

Después de completar la serie de pasos en casa, llegué al colegio, como siempre. Empezaron las clases, y como era de esperarse, a la mayoría se le escapó uno que otro bostezo. Los que no bostezaron, durmieron. Yo misma pensé en tomar una pequeña siesta, pero no lo hice, pues teníamos clase de física, y me costaba un poco esa materia. Terminó la clase después de lo que me pareció una eternidad y seguía inglés, que por cierto, no era de mi agrado. Lo cual haría que esa clase fuera aún más eterna que física. Terminó inglés. Y así la siguiente clase, computación, que es bastante ligera y la maestra que la imparte es simpática. Se me pasó rápido, gracias a Dios, pues moría de ganas de salir de ese aburrido salón lleno de sillas aburridas que eran usadas por personas aún más aburridas. Llegó el recreo y todos los alumnos salieron de los salones como por arte de magia. Las aulas quedaron desiertas en cuestión de segundos. Era bastante impresionante y algo escalofriante.
Mis amigas y yo fuimos a la cafetería, y como de costumbre, no compramos más que dos paletas de caramelo llamadas "bombas de sandía". Una verdadera delicia. El recreo se pasó tan rápido que el tiempo no alcanzó ni para llegar a la mitad de la paleta, mucho menos al centro de ésta. En el recorrido de la cafetería al salón recordé con melancolía que mi prima Farah pronto se iría a Canadá. La iba a extrañar muchísimo. Ella me entendía y yo a ella. Teníamos una muy buena relación. Lo sé que más me iba a doler sería no salir por un helado todos los domingos después de comer en casa de mis abuelos. Pero sabía que ella estaría bien disfrutando cada segundo de su experiencia. Eso me consoló.

Entramos a los salones sintiéndonos esclavos obligados a trabajar día y noche sin descanso alguno. Pienso que yo más que otros, pues, además de que soy responsable y cumplida, para mí la escuela era más que un lugar dónde las personas dejaban a sus hijos durante el día. Pero hubiera preferido trabajar un año completo sin un segundo de descanso que soportar lo que a continuación ocurrió.

Soy un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora