Mi hogar para la eternidad

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Después de llorar un mar de lagrimas, me dormí. Dormí tan profundamente que olvidé todo lo que me había pasado. Desperté con la mente más despejada, pero aquella experiencia, no había sido un sueño. Había sido una pesadilla vuelta realidad. Una terrible pesadilla. Le di los buenos días a la pobre alma que estaba encerrada en la celda de al lado. Solo había una celda a mi lado porque del otro lado estaba la pared. Mi celda era la más alejada, pero por lo menos podía ver a mi madre, y ella a su vez, podía ver a mi hermano.

En cuanto al prisionero que a mi lado se encontraba, me dió de igual manera los buenos días. Le pregunte su nombre. Ella me respondió en aquel extraño lenguaje: Me llamo Montserrat. ¿Y tú, quién eres?. Casi me da un infarto.

Resultó ser, nada más y nada menos que mi mejor amiga. En cuanto le mencioné mi nombre, sus ojos brillaron de esperanza. Le dije: Montse, soy yo. Soy Isabela.

Ella rugió, pues se había convertido en algo parecido a un dinosaurio con piel de caracol. Me dijo: -Bro, estoy muy espantada. No se que van a hacer con nosotras. Con todos. (Me llamó bro porque así nos apodamos). Yo le dije: -No creo que nos pueda pasar algo peor bro. Lo mejor que podemos hacer ahora es calmarnos para poder pensar en un plan de escape. Ella pareció sorprenderse cuando mencioné la palabra "escape". Creo que aquella era la última palabra que esperaba escuchar, pero también era la palabra que más necesitaba. Le señalé la celda de mi mamá. Se saludaron con un pequeño gesto, un gesto pequeño que significó mucho para nosotras tres.

Una vez que estuvimos relativamente calmadas, comenzamos a hablar, como siempre habíamos hecho. Justo cuando ya estábamos a gusto, irrumpieron en el lugar los malditos que nos habían privado de nuestra libertad, pero tal vez aún más importante, nos habían privado de nuestra identidad. Todos comenzaron a golpear los vidrios conforme iban pasando. Todos hacían ruido. Todos hacían todo lo que sabían qué tal vez podría sacarlos.

Los hombres dijeron al unísono: ¡Silencio! Y más vale que se acostumbren bestias. Porque éste será su hogar para la eternidad.

Estas palabras me congelaron. Me dieron más escalofríos que salir de casa sin suéter una mañana fría de diciembre. Sentí que me desmayaría nuevamente, pues me tambaleé un poco, pero Montse y mi mamá evitaron que eso pasara. Una vez que recuperé el equilibrio, grité, aunque más bien sonó como el sonido que emite un tren al hacer sonar su bocina. Un ruido sordo sin duda alguna. El líder de aquellos malnacidos se sobresaltó un poco. Me reí. Y el lo notó porque se fue hirviendo de rabia. Mi primer victoria.

Soy un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora