Que gane el mejor

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Como los guardias notaron un comportamiento extraño en nosotros, decidieron que sería mejor que sacáramos esa energía en una serie de luchas. El comportamiento extraño, era nuestro entrenamiento. Y como empezábamos a ser cada vez más fuertes, pensaron que hacernos pelear entre nosotros sería una solución a ese "problema". Entonces, todo cambió. Cada semana, sacaban a cuatro de nosotros de sus celdas y los llevaban a un tipo de ring con varias cosas que podrían ser armas. Pero estas estaban escondidas.

Cuando se llevaron a los primeros cuatro, proyectaron la pelea en una televisión enorme en el pasillo. Eso era nuevo. Al principio, cuando el líder de aquellos bastardos contó hasta tres indicando que pelearan, todos dijeron que no. Negaron con la cabeza. Cuando los dementes que nos habían secuestrado notaron que no estaban dispuestos a pelear, les dieron una descarga eléctrica a los cuatro del ring y el líder dijo: -Si no quieren pelear porque no quieren lastimar a sus amigos, está bien. Pero si yo estuviera en su lugar preferiría intentar salvar mi vida a rendirme ante una descarga letal para los cuatro. Yo estoy siendo generoso con ustedes, les brindo comida, agua, un lugar para dormir sin pasar frío o calor, y les estoy dando a ustedes la oportunidad de salvar una vida. Así es amigos, de cuatro bestias que se enfrentarán, porque créanme, lo harán, una saldrá con vida. Con honor. Pensando que su fuerza o su inteligencia lo salvó. Pero yo podría simplemente matarlos, claro. En cambio, les estoy dando generosamente la oportunidad de salvarse. Contaré hasta tres nuevamente, y estará en sus manos si quieren vivir o morir. Recuerden que les deseo suerte, y que gane el mejor.

1,2,3.

En tan sólo unos segundos aquello se convirtió en un baño de sangre. Fue terrible. Repugnante a decir verdad. Muchos teleespectadores voltearon la cabeza, pero los guardias les indicaron que vieran la pelea. Los pocos que se negaron, fueron electrocutados. ¡Qué sorpresa!

Fue entonces que noté que cada uno tenía un guardia asignado. No más, no menos. Había un guardia por criatura. Pero claro estaba, había más personal, aunque tal vez no más guardias. Si acaso otros seis, pero no serían problema para el escape.

Volviendo a la lucha, en media hora ya había un muerto y otro agonizaba. Los otros dos trataban de encontrar las armas escondidas. Y sólo uno encontró un arma. Una lanza de un metal color negro, bastante curiosa y mortal, pero en otras circunstancias, habría deseado tener una así. ¿Para qué?, no lo sé. Pero era visualmente bonita. El otro monstruo miró aquel artefacto con una cara que gritaba: ¡Misericordia! Pero no había lugar para sentimientos. En cuanto la pobre criatura notó que nada lo salvaría, cerró los ojos, y esperó. El monstruo que empuñaba la lanza, hizo los brazos hacia atrás tomando impulso, y regresó hacia delante. Todos vimos tan claro como el agua como la lanza había atravesado completa y brutalmente al otro. El otro monstruo se dejó caer al suelo y lloró exhausto y lleno de culpa. Lo habían convertido en un asesino. Ustedes pensarán: Por lo menos ganó. Pero no fue así mi querido lector. Todos habíamos olvidado a la pobre criatura que agonizaba. Agonizar no siempre significa morir. Aquella adolorida alma se levantó y mientras el otro lloraba, lo atravesó con la misma arma que anteriormente había quitado una vida corta e inocente. Ahora sí damas y caballeros, teníamos un ganador. O más bien, un sobreviviente.

Soy un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora