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Blancas, amarillas, violetas, azules...
Mis pastillas vienen en tantos colores y tamaños, pero ninguna de ellas causan el efecto anestésico que tus caricias provocan en mi. Si dependiera solo de mi, podría dejar de hacer el amor todos los días para que me des eso que nadie me puede dar.
Se que soy un maldito adicto a tu anestesia, y que al igual que con toda droga, salir de tu encanto será en algo en lo que jamás pensaré ni aunque llegara a tener una sobredosis.

Básicamente soy un esclavo de tus encantos, un rehén de tu piel y víctima de tus intenciones escondidas. ¿Que pensaran de mi al enterarse de que sales con un maldito loco de pelos rosados que depende las veinticuatro horas de tu presencia?
Tsuzuku, soy tan débil, pero te necesito para inhalar tu perfume como si fueras la heroína que solía consumir en las mañanas donde quería amortiguar el dolor.

Anoche cuando tomaste mi piel, pude sentir como el mundo desaparecía por un minuto, tenerte solo para mi, entre las cuatro paredes de mi cuarto... besarte, acariciarte, sentirte, hacer el amor de una manera que nadie comprendería.
Tus dientes marcados en mi cuello, tus brazos y alma abrazándome... puedo sentir como quemas al deshielarme en la desnudez absoluta que ejercen sobre mi tus ojos, se que estás ansiando lo mismo que yo.
Tsuzuku, quisiera que me hiciera tuyo una vez más a cada segundo, porque nunca sabremos cuándo será el último.

Con amor, Koichi.

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