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Capítulo III: El Silencio Inefable

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La policía llegó en pocos minutos seguida de una enorme multitud, con tantos ojos como bocas. Hablado y especulando sobre lo sucedido. Susurrando a gritos lo que suponían habían visto y en realidad nadie había visto nada.

Pasé entre cientos de cuerpos con la cabeza entumecida, aquel juego ya había ido demasiado lejos, no obstante acababa de comenzar. Me había calado demasiado profundo y aunque más de uno lo sabía ya, yo parecía el único sospechoso.

Nadie vio un hombre con un sombrero de copa. Tal vez solo a mí, que lo llevaba bajo el brazo junto a la biblia ensangrentada. ¿Por qué lo había tomado? Eran pistas. La policía lo tomaría como una evidencia. Un tesoro invaluable que no me daría el lujo de perder para la investigación y aunque todo me apuntara como culpable, no podría dejar pasar la oportunidad de obtener alguna respuesta a todo ese embrollo.

Pasé el resto de la tarde respondiendo preguntas al lado de la cama de Miranda en el hospital. Me rehusé en redondo a separarme de ella.

-Entonces, Liz -los policías eran amigos míos, sabían que odiaba las etiquetas- ¿qué fue lo que pasó?

-Sinceramente, no lo sé y ya te lo dije mil veces, Fil.

-Entonces, me dices que no viste a nadie alrededor de tu casa en esa hora, ¿verdad?

-No -respondí en seco y tragué saliva, esperando que nadie lo notara- No, Filen. Por favor, ¿podrías esperar a que Mira despierte y le preguntas tú lo que pasó? Cuando entré a su cuarto la encontré tirada en el suelo, y-

-Ya, Lizent. Déjalo estar -todos habían cogido por costumbre el interrumpirme- Esperemos a que la señora Miranda despierte.

Se levantó de su lugar dejándome de nuevo en el silencio inefable que envuelve a los hospitales. Ese que se siente frío y comienza a meterse en tu mente poco a poco, haciéndote reflexionar sobre cuantos primeros llantos habrían escuchado aquellas paredes, así como la cantidad de últimos suspiros atrapados en el muro silente, que esperaba paciente ver a los vivos morir.

Y las paredes permanecerían, así como su expectante silencio. Mientras todos partiríamos en brazos de la muerte de formas una cada más extraña que la otra. Reí demasiado fuerte al pensar que una biblia casi se llevaba a Miranda.

Recuerdo haberle dicho más de una vez que moriría rezando el rosario. No porque fuera una fervorosa creyente, sino porque se había quedado vistiendo santos por cuidarme a mí. Y ella también reía y lo haría en cuanto le dijera que la Palabra casi la había matado, como predije.

El doctor llegó poco después de que Fil dejará la habitación.

-¿Ha despertado?

-Se supone que eso debería decírmelo usted, doctor.

-Señor Lizent-

-Estoy cansado, ¿sabe? Si tiene idea de lo que pasa, si estará bien o si está muerta, debería decírmelo ya y no tenerme esperando aquí como un idiota.

-Disculpe la tardanza -el galeno bajó la vista a sus zapatos- pero usted estaba con la policía y -hizo una pausa- de acuerdo, haré lo que me pidió. Traumatismo craneoencefálico y una leve exposición.

-¿Y eso qué significa?

El miedo se apoderó de mí en segundos, ¿abierto? ¿la biblia le había roto el cráneo?

-Tiene una fractura al lado izquierdo de la cabeza, arriba del oído. No fue lo que entró por su ventana, señor Liz. Ella resbaló y se golpeó contra un mueble. Estará bien, pero necesita cirugía.

Sobre el abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora