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Capítulo XVI: Designios divinos

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Desperté con el corazón saliéndose de mi pecho. El anuncio de la mañana llegó con sueños sacados del mismo infierno, de cabezas cercenadas y voces que clamaban piedad en idiomas y dolores desconocidos. Pesares innombrables de almas que me perseguían sin razón ni motivo. ¿Qué podía hacer yo por ellas?

Llegué a pensarlo tanto que comencé a olvidar el espacio. Me desprendí un momento de mi mente, consiguiendo volar con las aves que cantaban más allá de mi ventana, llenando de colores el cielo y anunciando un día como cualquier otro, o increíblemente diferente. ¿Estaba en la tierra? ¿En la cárcel? ¿El infierno? Las paredes se contraían, acercándose a una velocidad vertiginosa, prestas para asfixiarme. El pánico se apoderó de mí, incapacitándome por completo. No podía gritar ni moverme. Estaba petrificado sobre mi cama, mirando al techo. Solo tenía los ojos abiertos para poder presenciar mi final.

Volví a despertar en un grito, mientras una sombra escurridiza se deslizaba por la puerta hacia mi habitación. Escudriñó mi rostro perlado de sudor con una curiosidad de la que solo gozan los niños.

-Amanda, casi me matas.

-Tú a mí, Liz. Gritas como niña -sonrió- dice Haldred que bajes a desayunar.

-Disculpa, ¿sabes mi nombre?

Se cubrió la boca en un gesto de inocencia. Había hecho algo mal, sin intentarlo. Miré en sus ojos arrepentimiento, y un poco más dentro encontré la chispa de diversión en su travesura ahora descubierta.

- Los escuché hablar toda la noche. La casa tiene más eco de lo que crees.

Se fue dando pequeños saltos, como si no fuera tan madura. Como si su voz no me hablara con ese calor tan extraño. Quería abrazarla todo el tiempo, tenerla cerca. Escuchar su risa infantil y cuidarla. Cuidarla de aquella sombra que a mí me perseguía.

La detuve en el umbral de la puerta.

-Amanda.

- ¿Mhmm?

- Promete que no le dirás a nadie de mi nombre.

- Claro que no, Ted -movió la mano con gesto de desdén, restándole importancia- yo sí sé guardar secretos.

Vi el brillo de sus ojos correr después de su sonrisa. Bajó las escaleras cuidando cada paso, llenando el vacío tras sus pies tarareando una canción que yo conocía. Estaba llena de inocencia. Guardaba en su nombre la paz de un mundo podrido hasta la médula, y ella simplemente resplandecía.

Parecía antinatural en un lugar tan oscuro y antiguo. Ella merecía las flores, la luz de la mañana y todos los rayos de luz que había en su melena. Pero vivía bajo la sombra de aquellos que nunca tuvieron esa esperanza.

Tal vez haría algo por ella cuando todo acabara. Volvería. Volvería e iría a la universidad conmigo. Volvería porque hacía tiempo que necesitaba sentirme puro.

Sonreí, después de haber olvidado como se hacía. Una niña obviaba todos mis problemas, porque quería ir a desayunar. Y no había nada más de qué preocuparme.

Bajé tras tomar un baño. Las ampollas de mis manos habían reventado, pero seguía sintiéndolas algo reacias a mis designios. El dedo que había quedado sin uña ya no estaba tan mal como al principio. El dolor había desaparecido, al menos en esa parte.

Al mirarme al espejo me di cuenta que por otro lado, aún tenía sombras de colores bajo los ojos y algunos cuadros de cinta médica uniéndome la ceja izquierda. Tenía los labios rotos cerca de las comisuras y un moretón en la mandíbula. Me preguntaba cómo es que lograron ocultarlo la mañana anterior.

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por Daniela López
@DaniellAthomnus
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