Consejo Familiar

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Dominick venía contando el vuelto que le había quedado de la compra que había hecho. Estaba planeando hacer unas hamburguesas y compartir con su abuela. Las clases particulares marchaban bien, su excelente explicación y su atractivo físico hacía que cada día tuviera más aprendices, además del bajo precio, por lo que podía darse otros lujos imposibles de comprar con la mesada paterna.

Abrió la puerta de su casa, llevándose una extraña sorpresa: en la mesa de la cocina no solo estaba su abuela, sino que Zulimar también se hallaba allí, bebiendo el casi tradicional jugo de papelón que Marcela solía hacer.

—¡Hijito! —le saludó con alegría—. ¿Mira quién ha venido a visitarnos?

—¡Bendición, abue!

A Dominick no le pareció muy agradable la visita, pero sonrió a medias. No se portaría como un grosero frente a su abuela, pues temía ofenderla, mas eso no le quitaba pensar que Zulimar se estaba pasando de la raya.

—¡Dios te bendiga!

—Te estábamos esperando Dominick. Tu abuelita me ha invitado a comer de las ricas hamburguesas que prepararás.

—Sí, hijito, le he comentado que esta noche cocinarás para mí. No sabes lo emocionada que estoy, y le he contagiado mi alegría.

Zulimar sonrió amablemente ante el comentario de la anciana, para luego dedicarle una mirada inquisitiva a Dominick.

Este no pudo negarse a cocinarle, su abuela ya lo había comprometido, y no la haría pasar una pena por su culpa.

—Pensé que comeríamos con papá.

—No creo que Octavio tenga algún inconveniente de cenar con esta bella jovencita. Iré por las flores que te prometí, mi niña.

—¿Y qué haces aquí? —le preguntó, en cuanto Marcela salió al patio.

—Pasé a saludar. No es bueno que tu familia no sepa nada de tus nuevos amigos.

—¿Qué? —le cuestionó irritado—. ¿Te atreviste a contarle de Aurum?

—No. No pude llegar a esa parte, debido a que tu abuelita no hizo más que hablarme de la cieguita que se hizo tu amiga cuando tu madre murió ya la que quiere tanto como si fuera su propia nieta. Aunque la muy malagradecida nunca ha venido a visitarla. ¿No crees que su corazón no es tan generoso?

—Tú no sabes nada de Maia.

—¿Ah no? ¿Y se supone que tú sí?

La mirada torva de Dominick buscaba desaparecerla, pero lejos de causarle el temor que quería, solo hizo que se riera.

—Eres un tonto si crees que te temo. Por lo visto, eres un ciego, incapaz de ver las cosas como son. Aún me preguntó cómo puedes considerar tener una amistad con una persona que jamás te reveló su secreto.

—Mi madre tampoco me dijo que era un Aurum y no por eso he dejado de quererla.

—¡Ah! Entonces, así de revelador es lo que pasa entre ustedes. No sabía que su cariño iba más allá.

—¿De qué estás hablando?

—Solo espero que entiendas esto, Dominick, Primogénito o cómo sea que debo llamarte: Ignis Fatuus no es más que la desgracia de la Fraternitatem Solem, son una maldición para todos aquellos que se involucren con ellos, así que por tu bien, y el de todos nosotros, es mejor que te alejes de ellos, en especial de esa niñita. Ya ocasionó la muerte de Rafael, y no dudo que siga aniquilando a los miembros de la Fraternitatem.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora