La Coetum de Ackley

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Eran las cinco de la tarde cuando Ackley les hizo una invitación inusual, deseaba llevarlos a la Coetum. Les explicó que, al acercarse el Solsticio de Invierno, los miembros de la Hermandad debían vestir de negro en las reuniones importantes; para no hacer tan lúgubre la vestimenta, se les permitía añadir colores o accesorios blancos o dorados, símbolos de la lucha de la luz contra la oscuridad. Ese era el único requisito para ser aceptado en la reunión.

—¿Vestirnos de negro? —le cuestionó Aidan, acomodándose el jubón.

—Sí, de negro. Es una tradición en la Fraternitatem, y como la mayoría de las tradiciones no se discute.

Aidan no tenía nada que reprochar sobre el color, en especial porque le sentaba muy bien.

Conocía las excentricidades de la Fraternitatem en relación al color negro durante las épocas aledañas al mes de diciembre, como era el caso de la Fiesta del Solsticio que traía de cabeza a su hermana. Pero ese no fue el único acontecimiento que se le vino a la mente, evocó el momento en que Ignacio, Gonzalo y Amina llegaron a la casa de Itzel para atender el problema de Saskia.

En ese instante, se había preguntado el porqué vestían los tres de negro, y tuvo el presentimiento de que algo le estaban ocultando. Amina le dijo que solo habían estado practicando pero él no dejaba de pensar que esa no era toda la verdad. Aunado a esto estaban los comentarios de Ackley, los cuales solo afirmaban sus sospechas: Ignis Fatuus no estaba realizando simples entrenamientos.

Itzel salió de su alcoba con el albornoz sin cubrirle la cabeza. Se estaba acomodando los guantes que amablemente Ethel le había cedido cuando Aidan le tendió el brazo para que se apoyara en él.

—Es muy importante que tengan cuidado con sus Sellos —le recomendó Ackley—, controlen sus emociones. Las personas siempre están mirando el cielo en ese momento pero una indiscreción podría hacer que algún imprudente se fije en ustedes. Entonces, todo se complicará. Actúen con naturalidad, escondan sus marcas y no miren al frente sino al cielo. —Señaló el techo de su casa.

Ackley se lanzó a la calle con los otros dos detrás de él. En el camino le iba explicando todos los intentos que de la Fraternitatem por tener un sitio en donde reunirse. Por los momentos se estaban conformando con ocultarse en las profundidades del bosque, y allí estarían hasta que la civilización terminara por quitarles aquellos espacios.

Los jóvenes no tenían la menor idea hacia dónde iban. Al parecer, Ackley conocía muy bien aquellos parajes, los había recorrido desde niño, saltaba entre los troncos de viejos árboles como si fueran calles conocidas y concurridas por el populacho, pero no era así.

Finalmente, terminaron en un camino de tierra negra que conducía a un claro en el bosque. En medio del mismo había una fogata y seis losas de piedra con el extremo superior curva. En cada losa se podía ver el Sello de cada Clan; unas escaleras permitían el ascenso a lo alto de las mismas en donde se ubicaba una silla, curul ocupado por el Primogénito para regir la Fraternitatem.

—Les dejaré esto —Ackley se agachó, dejando el Sello de Ignis Fatuus impreso en un dorado intenso sobre la negra tierra—. Les guiará si desean huir, o en su defecto, será nuestra señal de encuentro si algo ocurre. Espérenme aquí. Nadie se atreverá a venir por este camino, así que estarán seguros.

Los chicos asintieron, separándose como les había recomendado el Primogénito de Ignis Fatuus. Cada uno buscó, perdidos entre la multitud, el lugar que le correspondía dentro de sus respectivos Clanes.

Aidan notó que desde la losa de piedra hasta una distancia muy cercana a la fogata, el Populo se ubicaba en espacios que le asemejaban a los pedazos de pizza. Él se encontraba solo, pero Itzel corrió con más suerte, encontrándose con David, quien le tendió su brazo para guiarla entre la multitud.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora