Levantarse cada mañana con la certeza absoluta de estar viviendo la vida de otra persona, de que mi familia no es mi familia, de que mi trabajo no es mi trabajo, de que mi reflejo no es mi reflejo.
Cada mañana, en las ventanas de los grandes edificios espejeados, con mi café en la mano, me uno al ejercito de oficinistas presurosos. Entro al edificio, paso mi tarjeta por los lectores de la puerta y alcanzo el elevador, lo comparto con otras 4 personas, siempre nos encontramos, sabemos donde trabaja cada uno. Jamás nos saludamos. Y finalmente quedo sola por tres pisos, miro la cámara que siempre observa todo, ¿quién estará del otro lado? ¿realmente habrá alguien?.
Supongo que todos piensan lo mismo sobre sus vidas, algunos más seguido que otros. Vemos a los demás y nos preguntamos que sería vivir sus vidas. Imaginamos levantarnos siempre temprano para ir al gym, de ahí al salón para lograr el peinado perfecto, luego al café con las amigas y hablar de lo mismo de siempre: que el viaje a Aspen, la familia en Alemania, el terrible vestido de Mariana en la fiesta del fin de semana, ir a la junta de padres de familia a la escuela del más joven de los hijos, salir de ahí, ir a la comida con los hijos, sonreír para la selfie para el face, ir a la exposición -aburridisima- de la sobrina, regresar a la casa enorme, casi vacía y escuchar la plática sin sentido del marido. Repetir todo al día siguiente. Hasta que una mañana, el instructor de yoga pregunta ¿quién está cansada de fingir que todo está bien? y romper en llanto por que nada está bien, por que es agotador aparentar ser perfecta en todo momento y entonces ser animada por las compañeras y ese día no ir al saló n, nial desayuno, ni a las juntas, ni a la comida, y simplemente caminar por un parque e imaginar que pensará esa oficinista que corre con su café en mano. O ponerse las botas, empacar dos naranjas, el paliacate y subirse al camión que conduce al sitio arqueológico, saber se pasaran ahí 9 horas bajo el sol y cubierta de polvo esperando encontrar la pieza que cambie la historia que se conoce de ese pueblo desaparecido hace 1000 años y saber que los nombres de los auditorios sólo son para aquellos que tuvieron la buena suerte de estar a la hora correcta en el momento correcto, no para los que limpian tepalcates relacionados con nada.
Cada reflejo mío, en cada espejo o vidrio, es una ventana a otra posible vida. Otra posible vida que seguro se pregunta lo mismo que yo: ¿quién es la persona que está del otro lado? ¿habrá alguien? Y que sigue con su camino pensando en las opciones... Y poco a poco estas se pierden bajo las responsabilidades, los pendientes y la cotidianidad. ¿Qué me hace especial? Nada, realmente nada en particular. Excepto, tal vez, que esta vida que vivo sí sea una vida equivocada y que mi familia no sea mi familia y que mi trabajo no sea mi trabajo y que mi reflejo no sea mi reflejo.

ESTÁS LEYENDO
El amor es azul
Historia CortaSer extraordinario o especial está sobrevalorado. Al final, lo que siempre perdura es lo promedio, la media. Recomiendo escuchar esta pieza mientras se leen las historias https://www.youtube.com/watch?v=45mLMDNKGNw