Cuando me dirigía a casa gritaste tan fuerte "¡Angela! ¡Angela-Chan!". Suspiré recordando cuando solías llamarme así.
Sin embargo te ignoré. ¿Quién te creías?
Eso no te detuvo, avanzaste entre el pequeño mar de personas que nos separaban.
Me saludaste con un beso y mi corazón entró en calma.
Siempre sucedía lo mismo.
Cuando estabas cerca mío, cada cosa horrible que habías hecho era desechada por la ventana más cercana.
No pude evitar observar tus ojos verdes, aquellos que no habían sido borrados de mi memoria.