Te encontré esperándome en el descanso de las escaleras.
Abriste tus brazos de par en par y yo no lo hice, aún así, me rodeaste con los tuyos. Sentí la calidez de ti y la esencia que desprendía tu cuerpo.
Cuánta falta me hacías.
—¿Cómo estás? —saludaste. ¿Era posible que me estuvieras haciendo esa pregunta?
—¿Quieres que te acompañe a casa? —fue la pregunta que retumbó en mis oídos.
Te miré al rostro y seguido respondí que no, mi fuerza de voluntad ordenaba no necesitarte.
Bajé las escaleras y llegué hasta la salida pero antes de avanzar más, volví a ver hacía donde te había dejado y seguías ahí. Perdido.