El Tigre & El Dragón - Parte I

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                                        El Tigre & El Dragón

"Espíritus desdichados envuelven a las almas, encadenando sus destinos al eterno ciclo del odio y la venganza."

Estrategias encarnadas por los fantasmas del pasado, surgían efecto en las frágiles mentes de sus víctimas, ha consecuencia de sus ataduras a viejos hábitos de sanguinarios. No reconocían al guardián del celeste, por tanto eran incapaces de escuchar su consejo, uno que les habría develado sabiduría, y no la arrogancia del campo de batalla. 

 "Ya era tarde para la razón, sólo les quedaba defender su gloria en las barcas de los hades."

Los seguidores del coronario, recuperaban el aliento a medida que el tigre asolaba con la esperanza del invasor,  quien por cada amanecer, comenzaba aumentar su temor a la bestia. 

Sin embargo, la ruleta del virtuoso aún no giraba a su cantar, aún cuando la táctica se volvía eficaz no siempre  era suficiente para derrotar al temple de su adversario. El marqués de sangre, dirigía la avanzada con tenacidad y coherencia, con la única intención de derrocar a su rival mediante las cuchillas del destructor, pero pese a su determinación aún se mantenía al margen con el enemigo, quedándose en similitud de fuerzas. 

El rey Samaël, exhausto de los incompetentes legionarios opto por cambiar las normas de la guerra, y apostarlo todo en su próxima orden. Organizar las reservas del ejército, y comandarlas el mismo, igual a como lo hacia la tradición de anteriores sucesores. 

De la misma forma en que sus señores de furia combatían por los distintos sonoros de la guerra, frente a las pérdidas en los conflictos con la armada del rey Argus, aún se mantenían firmes tanto en tierra como en mar. En espera a que la bestia se le diese caza a manos de la estirpe. 

Ríos negros, eran insignia para los destinos que cruzaban al hierro de ambos bandos, y que dividían a los hombres mediante la astucia del tigre y la euforia del dragón. Ni el caminante de los tiempos, podría haber frenado la marea que estaba por venir.

"Al crepúsculo, absurdo por la monotonía de los pasantes días, volvería a contemplar la leyenda que forjaba a las letras de la historia."

Las aves portadoras de ceniza, con frecuencia aclamadas por sus bellas alas de tonos rojos y amarillos, hacían llegarle al destinatario, la simbología del sello de la estirpe. 

- Mi señor, imploro su llamado. - Un saludo de atención proveniente de un campeón hacia su amo, mientras se postra en rodillas con el brazo cruzado al corazón. 

- Te escucho, campeón. ¿Cuál es la pena que te ha traído a mi? - Cuestionaba el señor de furia, los únicos que han ganado el derecho de guiar a sus hermanos del linaje. 

- Un fénix ha venido por usted. - Contestaba el campeón, al tiempo en que mostraba el sello de la corona del rey. 

<< Multitudes de aves similares, comenzaban a aparecer en los campamentos de la estirpe. >>

El rey de sangre, invocaba a sus discípulos por primera vez, desde la noche en que el linaje se decidió por el sendero del conquistador; En las murallas del coronario de hierro. 

El diálogo no era común entre los habitantes del linaje, todo se decidía mediante acciones y pocas palabras. Por tanto, cuando un portador de la corona realizaba una invocación era porque sus discípulos carecían de virtudes, dejando insatisfechos los deseos del mismo. 

A diferencia de la costumbre de traer personalidades como audiencia, las invocaciones se limitaban a los convocados y su conjurador.  Los señores de furia, que no se encontraban en conflicto con las tropas del tigre oriental, y que en su lugar combatían a los estrategas del rey Argus. 

<< Mostraban presencia en la avanzada del destructor, dejando sus responsabilidades a los cargos menores.>>

- Legionarios, y campeones de la estirpe. - Anunciaba el portador de la corona de sangre.

- Los he llamado con la intención de escuchar razones, acerca de las represalias de sus sables y ¡la incertidumbre de su inmortalidad! - Samaël se encontraba furioso por la ineptitud de sus seguidores.

- Mi rey, imploro su llamado. - Replicaba un portador de la furia, inclinándose ante la presencia de su amo. 

- ¡Habla! ¡Y hazlo con palabras que expliquen tus faltas y salve tu honor como campeón del linaje! - Exclamaba el destructor al señor de la furia. 

- Ruego por que sus deseos se manifiesten en la carne putrefacta de mi enemigo, pero la astucia del mismo hace imposible alcanzarlo con la hoja del gladius. Temo que la victoria no se vuelva ofrenda para el alado.- Respondía el seguidor, inclinando su cabeza y cruzando el brazo simulando respeto.

Samaël se encontraba envuelto de fantasmas y tormentos, al tiempo en que su memoria le jugaba recuerdos sobre su estadía en la arena, cuando observaba los reflejos de luz que emanaban de la brillante armadura de su rival; Una armadura muy diferente a la suya, debido a que el solo portaba la sangre que derramaba de sus anteriores víctimas, dejando el pectoral al descubierto sólo trayendo sus cuchillas encadenas a sus pies. Eso era lo que veía en sus seguidores, una armadura sin sangre y un destello del más fino metal que el reino pudiese tener. 

"Habían sido erróneas sus acciones, no en escoger a sus discípulos pero si en olvidar que todo hombre y mujer anhelan poder, cuando nunca antes lo han tenido." 

Su rabia aumentaba, igual que la fuerza ejercida en la empuñadura de su espada al tomarla y haciendo resonar su cólera por todo el lugar. 

- ¡¿Desde cuándo un señor de la furia ruega por algo que no sean los bramidos de la guerra, o el incandescente hierro de la forja?!  - Cuestionaba con exaltación, mientras hacia una pausa en espera de una respuesta que lo hiciese cambiar de opinión.

Sin embargo, la avaricia y corrupción habían denigrado la visión de los campeones quienes respondían en vano la pregunta de Samaël. 

- Ya es suficiente... - Decía el portador de la corona, al acercarse a su discípulo quien le había respondido con anterioridad. 

Sombras crecían a espaldas del destructor, así como la mirada de quienes temían a su juicio; Era roja el filo de la hoja maldita del antecesor de Samaël, pero lo eran más los suelos del invicto. 

- ¡Tú ya has muerto! ¡Desde el momento en que te arrodillaste ante mí, con tus temores y carencias! - Gritaba el portador de la corona, y con ambos brazos, separaba el alma del cuerpo del deshonroso campeón mediante un corte proveniente del filo del hierro de su espada, atravesando la gargantilla en oro del señor de la furia.

Los seguidores enloquecieron al mirar la cabeza de su hermano de armas, y con sus vistas nubladas por la ira optaron por desafiar a su rey, abandonando al crepúsculo en un último aliento. 

Samaël quedo invicto...

De nuevo un ángel de la muerte se hallaba de su lado, acarreando el momento para reformar sus estrategias contra el tigre de Oriente. El Samurai que lo ha estado retando con acciones desde el momento en que decidió tomar las llamas de los inmortales, tal y como el lo hizo con sus súbditos. 

"Las almas arrebatadas por el verdugo, reprimían su vigor y consuelo en la aflicción causada por las llamas del averno; El averno creado por los eternos durante su existencia."

Al fin, el verdugo de los infiernos volvía a encontrarse con los lisos granos de la arena, reflejando fragmentos sobre el futuro del nuevo mundo. 

Donde la pólvora se mezclaba entre la turbia brisa de los campos verdes, apaciguando al aliento del hombre moderno; Aquel que camina con ojos vendados, y manos atadas por la siempre servidumbre. Ejerciendo su ideología mediante la dureza del hierro, haciéndose esperar por el reconocimiento del rey o el fanatismo de su dios. 

                         El Tigre & El Dragón - Parte II

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