Caída - Parte I

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                                                Caída

Remordimientos vuelven miserable al invencible, desterrando su apogeo en la desdicha de los fieles arraigados a la palabra del juramento; Aquel vencido por la errante desilusión de el dios que se creía caminar entre mortales. 

"El lobo blanco mira a su presa, quien sigue lamiendo sus heridas sin percatarse que la manada se ha movido y le han dejado a merced del depredador."

Fue cuando el rugido de los cañones empalizaban el avance de los bárbaros, junto a los cuerpos de los cientos que caían en fervor de la batalla. Tiempo faltaba para lamentarse, alguien debía guiar al caos en su brutalidad por concebir la gloria de la eternidad. 

Samaël desvaneció la duda mediante su propio sufrimiento, el cual carecía de razones para hundirse en el abismo, y dejar atrás todo lo que su legado prosperó. 

El destructor del linaje tomó las riendas del caballo del difunto Samurai, y con la hoja bañada en sangre lideró la batalla que llevaría a la corona de hierro ha reconocer el poder de la estirpe, y su capacidad para enfrentarse hasta las más viles creaciones del hierro.

Sin embargo, este último jamás se puso a prueba. 

"La decadencia siempre ha estado presente en todos los tiempos y prejuicios en que la guerra era participe."

Por tanto, conocía desde el origen hasta el decaimiento sobre cualquier acto que un soldado del hierro o un inmortal del linaje pudiese ejercer. Ninguno cargaba la culpa, era el mundo quien fortaleció a la anomalía mediante los trágicos seres que devolvían a la tierra; Esperando cumplir con su lealtad o servicio a la insignia de la corona a la que con sangre y hierro combatían su legado.  

<Las pesadillas bramaban blasfemias, al tiempo en que rodeaban a los hijos del reino quienes cegados por su ira no se percataron, que el celeste los abandonaba y sólo el anochecer los abrazaba en medio de la anomalía. >

Las cenizas alzaban a los demonios con la muerte de las almas, a quienes infestaron en vida por medio de su carne vil y putrefacta. 

"Monstruos creados en ceniza, arrastraban sus deformes y retorcidas garras mientras aullaban los horrores de la guerra." 

Las sombras impregnaron las tierras del norte y este, recorriendo la brecha entre las fronteras del hierro y sangre hasta alcanzar al fuerte del mártir y el valle del ascenso; Ambos importantes para los rivales de armas, quienes sufrirían las consecuencias de sus bélicos actos.

Emisarios de la muerte recorrían al reino en decadencia, corroyendo al dorado resplandor de las arenas inmortales, y abrazando con la peste sus océanos para esparcir los cadáveres tanto de hombres como bestias; No solo se llevarían la flama de los campeones si no también sus memorias y razones. Arrebatándoles la única prueba de su existencia, como al viento que despoja a las hojas que jamas volverán.

La llama del linaje menguaba ante la presión de la guerra y la ceniza que intentaban someterla a la extinción, haciéndola retroceder en su avance al trono del hierro. No habían fuerzas siquiera para combatir como su primera noche en los muros del coronario. 

Samaël fue encadenado por el propio destino, parecía que los dioses no deseaban escuchar sus plegarias y lo maldecían por intentar usurpar sus aposentos.

< El invicto caminaba sobre la nieve mientras tiraba de las cuerdas del corcel que lo impulso en la batalla contra la armada del tigre oriental, dirigiéndose hacía el acantilado de los paramos.>

En su cultura se acostumbraba un ritual cuando las tribus entraban en conflicto, acudían a los sabios quiénes sacrificaban animales del rival, para hacer que los espíritus dejasen de aconsejar a su enemigo. Haciendo que sus creencias se volviesen en su contra, orillándolos al abismo de la incertidumbre y debilitándolos en mente.

Así el destructor empuño su hoja maldita y con rapidez hizo un corte sobre el caballo del artesano, y mientras esté relinchaba del dolor. Lo empujo hacia el acantilado, dejándolo caer hasta el final donde sus centinelas habían encontrado los campamentos de la armada del hierro. 

Recordándoles la noche donde el linaje arrebató la vida del tigre y con ello, sus esperanzas de volver a encontrarse con la paz del extinto pueblo de Astrym.

El invicto se convencía de que nadie podría detenerlo aún si la locura fuese su motivo para retar a los mortales, demonios y dioses.

- ¡Jamás me verán caer! ¡No importa cuanto me limiten, continuaré mi campaña hasta que el mismo dragón se arrodille ante mi! - Bramaba Samaël, haciendo del eco su mensajero desde los campamentos del hierro en el acantilado, hasta las escamas carmesíes de la bestia.

Desde aquél momento, el portador de la corona de sangre ejercía su oposición a todo ser ajeno a su causa, eso significaba que el linaje declaraba la guerra al mundo en su totalidad; Persiguiendo la supremacía más allá de la ligera linea entre el reino y el Olimpo.

Los inmortales cubiertos por la sangre derramada en batalla se encontraban en formación esperando las ordenes de su rey, incluyendo al marqués quien le entrega a Samaël las riendas de su fiel ave infernal apenas devuelta por los Hades; Donde un trono de ébano se encuentra a su nombre, así como el coloso esperando ser despertado cuando su alma desborde al río de los avernos.

- Mis hermanos están preparados para el asalto, mi rey. - Replicaba el marqués al destructor.

La estirpe deseaba conquistar las montañas del hierro a toda costa, sin dejar ningún cabo suelto pese a que su ejercito había mermado casi por completo. Sin embargo, no significaba que la armada del coronario fuese exenta de los demonios de ceniza, se decía en voz de pregoneros que la plaga arrebató las vidas de la guardia personal del rey Argus junto a sus estrategas en el fuerte del mártir. Conmocionando al consejo en la capital del hierro quienes ordenaron retirar las tropas restantes de las montañas. 

Por desfortunio para la armada, la cólera de Poseidón se encontraba envuelta de huracanes y tormentas a causa de la plaga acarreada por las cenizas que engullía a toda especie de tierra o mar. Obligando a los soldados del coronario esperar en la costa hasta que el dios del Olimpo les permita zarpar…

“Estando a merced de sus depredadores siendo el tiempo un reloj de arena, contando los días en que la vida les abrigará antes que la muerte lo haga.”

- Lo haremos esta noche, cuando los dioses duerman y los demonios crezcan. - Le ordenaba Samaël a su súbdito.

El marqués de sangre asintió con la cabeza,  antes de girar hacia los campeones y con euforia anunciarles que la cacería comenzaba esa noche. Haciendo que los sanguinarios mostrasen sus colmillos ante el reflejo de la puesta del sol, cercano al anochecer.

Los barcos de la armada eran el único obstáculo que se podía contemplar desde los acantilados, preocupando a los centinelas del rey que estos pudiesen utilizar los cañones del hierro en contra de sus hermanos; Lo que desconocían era que el propio marqués había vencido a la primera flota del coronario mediante el sabotaje y la piratería. 

Debido a que la gran frontera entre la estirpe y el hierro no se dividía por un muro de piedra, si no un basto océano desde las arenas de los inmortales hasta los gélidos paramos del coronario.

Los inmortales que emergieron de la guerra en lugar de la arena, pronto comprenderían este hecho con sangre y truenos.

                                                    Caída - Parte II

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