𝐒𝐀𝐔𝐃𝐀𝐃𝐄 : sentimiento agridulce de vacío causado por la ausencia de esa persona u objeto, similar a la melancolía, que conlleva la idea de querer volver a experimentarlo o el deseo de volver a recuperarlo, pero a su vez sabiendo que no será p...
Las nubes se deslizaban de manera tan lenta con la brisa. El cielo era testigo, testigo de la piel, de aquel cabello cobrizo, entre risas de un amor sin prisa.
Un pacto de sangre: eso le había mencionado. Era algo sagrado. Algo que los uniría, que sería su sello para nunca enfrentarse.
Gellert le contó todo aquello que sabía y Albus estaba decidido. Le mostró de igual manera, todos los conocimientos que tenía en cuanto aquel antiguo vínculo. Ninguno deseaba esperar, pero aún así, Albus estaba nervioso de lo que estaba a punto de hacer.
Era su decisión, una decisión de ambos. La única manera que tenían para estar juntos, para no pelear, para que sus planes continuaran floreciendo tal y como lo deseaban.
Esa misma noche, bajo el brillo de aquellas miles de estrellas, dos jóvenes magos se tomaron de la mano, andando entre la noche. Ambos eran tan distintos, pero parecidos a la vez. Dos jóvenes ambiciosos que compartían una misma obsesión. Dos jóvenes que sólo deseaban verse juntos en su futuro.
—¿Estás seguro de esto? —la voz de Grindelwald se coló por los oídos del pelirrojo, quien aún lo observaba ligeramente nervioso—. No puedo obligarte a hacerlo si no quieres.
—Claro que quiero —se apresuró a responder—, sé que estabas pensando en eso. Y de igual modo, sé que esa es la solución, pero... —calló por un momento. Sabía a la perfección que ese tipo de vínculo se utilizaba además, en pactos entre enamorados, significando la unión de las almas para toda la eternidad. ¿Esto sería más que un pacto de sangre entre hermanos? ¿Y si por alguna casualidad alguno de los dos llegaba a romperlo? ¿Cuáles serían las consecuencias de su ruptura?
—Pero... —Gellert le dio un tipo de señal para que continuara hablando.
—Pero hay que hacerlo rápido si será ahora... No quiero que Aberforth vaya a darse cuenta de que no estoy en casa —respondió. Sabía que sería algo estúpido decirle a Grindelwald aquello que pensaba, así que decidió callar.
Gellert sonrió.
Ambos se detuvieron luego de caminar entre el perfume de las flores, la brisa aún chocaba con sus rostros de manera ligera y para Albus, era la mejor de las sensaciones.
