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Capítulo I

Día 163

Galatea Quer está muerta.

Murió asfixiada hace más de ciento cincuenta días en una nave varada en el espacio cuando el oxígeno disponible se agotó.

Ahora soy T-120.

Nada más que una letra y un número, eso es en lo que te conviertes cuando te encierran en un lugar como este, pierdes toda tu identidad para pasar ser solo un preso más.

He perdido mucho más que solo eso en el tiempo que llevo atrapada aquí, día tras día, me he visto obligada a prescindir de pedacitos de quien solía ser para poder sobrevivir aquí dentro, muchos otras partes me han sido simplemente arrebatas, de la misma forma en la que lo ha sido mi libertad.

En contra de voluntad, sin preguntas, sin juicio, ni crimen.

Puede que una parte de mi realmente muriera aquel día en el espacio, cuando todos en la Tierra creyeron que lo hice de verdad, yo también estaba segura de que lo haría, pero aquí estoy.

En prisión.

Recuerdo a la perfección el primer día en este lugar, la confusión y el terror empañan cada pedazo de él, volviéndolo opaco. Sigue lo suficiente vivido como para que siga teniendo pesadillas tan reales y detalladas que me arrebatan el aire, aumentando la espiral de terror, y cuando me despierto asfixiada en busca de una bocanada de oxígeno, justo como aquel día, la alegría de ser capaz de respirar con normalidad no dura demasiado, no creo que haya vuelto sentir algo como eso desde entonces, no hay mucho de eso aquí, la felicidad se ha convertido un concepto extraño y ajeno, así que no es sorpresa alguna para nadie que haya al menos una muerte a la semana, la gente se mata aquí dentro, o acaba muerta de otras formas, después de todo estamos una prisión de alta seguridad, llena de lo que debe ser la peor escoria de todo el universo. No creo que alguna vez deje de parecerme jodidamente gracioso estar yo en ella, sin tener un solo pelo de criminal, y eso no es lo peor, no, porque si no ha quedado claro todavía, ni siquiera estoy en el planeta correcto, si es que la prisión está acaso en tierra firme, no tengo la más mínima idea de nada, aquí no hay ventanas, salvo de que esto no es la Tierra.

Por supuesto, no sabía nada de eso el día que me desperté completamente desorientada, tratando de procesar como era posible que estuviera viva cuando lo que parecían segundo atrás había estado asfixiándome hasta perder la consciencia, solo estaba ahí, tumbada en una dura cama, en una habitación tan blanca que me hizo daño en los ojos por unos segundos, tan irreal que por una milésima pensé que estaba muerta, en el cielo quizás, pero mi cabeza dolía demasiado para estar en el paraíso o aun sumergida en una alucinación a las puertas de la muerte, así que la lógica me llevó a pensar que se habían apiadado de mí y que de alguna milagrosa forma me habían rescatado justo a tiempo.

Ah, la ingenuidad y la esperanza de bondad también perecieron rápido, siguen sepultadas desde entonces bajo varias capas de crueldad y falta de toda clase de empatía.

El caso es que ahí estaba yo, en una habitación donde no había indicativo alguno de donde me encontraba, con tres paredes blancas como la cal y otra frontal compuesta por un cristal tintado de un negro tan absoluto que nada podía ser visto a través de él y apenas dejaba ver reflejo alguno, lo peor era que no había ninguna salida a la vista, como si hubieran construido y sellado aquella sala a mi alrededor.

Esperé pacientemente unos minutos, que se me hicieron eternos, a que alguien viniera a buscarme y a explicarme que había pasado, luego probé a gritar cada vez más y más alto hasta que mi voz se quebró, y si alguien me oyó, no hubo señal alguna de ello.

AyrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora