Capítulo II

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Otra noche había pasado.

Mi tropa lo había logrado nuevamente; habíamos sobrevivido a un ataque.
Sabía que en algún momento, otro «chico valiente», iba a querer traspasar los límites permitidos , y eso me transmitía preocupación.
¿Acaso era tan difícil entender que debían obedecer?
Esto ya se estaba volviendo un hábito. Me era alarmante pensar que jugaban de tal manera con sus vidas –y las nuestras–, que no les era de importancia el peligro a lo que nos enfrentábamos. Era como aventurarse al viejo juego de la ruleta rusa. En algún momento alguien iba a pagar las consecuencias, y yo me rehusaba a perder a otra persona. No me era relevante si era aldeano o guerrero.

—Lo sabía —dijo alguien a mis espaldas, interrumpiendo mis pensamientos. Ya había amanecido y era nuestro turno de descansar—, sigues despierta.

—Por más que lo intente, no puedo concebir el sueño —susurré, volteando mi cuerpo. Todos los demás guerreros de mi sector dormían, o eso creía hasta que vi a Shalom aparecer—. Tú tampoco puedes, por lo que veo, ¿o acaso eres sonámbula?

Ella tiró fuertemente de mi almohada e hizo que mi cabeza retumbara abruptamente contra el colchón de mi cama.

—Tonta, creo que ya sabes el porqué de mi insomnio —bufó un poco molesta.

—Tú sabes lo que pienso de eso. No tendrías que perder la cabeza por un chico hasta el punto de querer dejarlo todo. Sabías muy bien las reglas antes de aceptar esta misión.

—Nunca pensé que iba a pasarme esto, Selva.

—Entonces te la aguantas, no compliques más las cosas. Si los descubren van a separarlos de inmediato.

—Por eso es que no quiero verlo.

—Eso es fácil, él es del turno diurno.

—Si supieras lo insistente que es...

—Lo sé, Calem estuvo bajo mi mando, ¿lo recuerdas?

—¿Cómo olvidar qué fuiste tú quién lo cambió de turno? —reprochó con la mirada perdida.

—Era lo mejor, se distraían mucho estando juntos, eso nos costó dos vidas. Para mí es algo imperdonable —dije, mientras la miraba con firmeza—. Todavía no puedo olvidar los rostros de aquellos desdichados gritando al entrar a las cavernas. Si ustedes no se hubieran escabullido esa noche, todo estaría bien.

—O no... —protestó.

—Es algo en lo que siempre pienso y casi me cuesta mi cargo.— Odiaba ponerme en el papel de mala, pero debía ser lo más directa posible —. Esa noche yo me eché la culpa de todo, lamento tener que volver a recordártelo.

—Lo sé, por eso ninguno dijo nada cuando decidiste separarnos.

—Si decían algo iban a quedar al descubierto. De alguna manera no tenían alternativa —cavilé.

—Sólo recuerda que ya no soy esa niña que llegó a tu tropa —balbuceó torpemente y se encaminó a la salida.

Le gustaba el peligro, sin dudas. Pero esto no era simplemente ser la chica rebelde desobedeciendo a sus padres. No. Esto era más complejo.
Cuando El Concejo de los Doce notaba alguna irregularidad que pudiera poner en peligro a la aldea, podían mandarte lejos, a otro campamento. Eso en los mejores de los casos, ya que dependiendo del nivel de indisciplina, trasladaban a los guerreros solos al campo de batalla. Ese era el peor castigo, y ninguno volvía, era arrebatado y llevado una de las muchas cavernas. Sin dudas no quería eso para Shalom... Aunque se opusiera a escuchar mis consejos.
Por otro lado sabía muy bien que Calem no iba a dejar de molestarla, ese chico era como golpearse el dedo chiquito del pie. Insoportable e incómodo. Si no hacía algo para detenerlo iba a meternos en problemas nuevamente.

No salgas del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora