Capítulo V

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Rojo.

Todo se veí­a de color rojo. La sangre seca en los cuerpos inertes en el suelo, era lo que más pena me daba.
Miré a Natanael con rencor, pero el no se inmutó, tení­a su caracteraística sonrisa plasmada en sus labios.

No lo entendía.

No entendí­a porqué había hecho esta masacre. No entendí­a su mundo ideal, su manera de ver lo que "yo no veí­a". No podía comprender su estupidez.

—Para este castigo, van a ser vestidos con el color de la muerte —dijo Laban—. Vayan para que los preparen.

—Un momento, señor, ¿por qué sólo a ellos? Nosotros también luchamos.

Laban sin mediar palabras, dio un giro sobre sus talones de 180°, y le dio la espalda a Janiel, quien quiso tomarlo de un brazo.
Para ese entonces, yo estaba bastante alterada al ver a Janiel actuando de esa manera. El novato estaba decidido a oponerse a la brutalidad del castigo que nos habían asignado. Aún jugando con la suerte de ser ignorado.

—Las leyes establecen que sólo los líderes deben ser sancionados después de un acto de rebelión o de algún incumplimiento de las reglas —habló uno de los acompañantes de Laban.

—¿Así? ¿Desde cuando?

—Desde que… —contestó mirándome— Blanke fue castigado. Así que agradecelo a tu líder.

Janiel me miró sin comprender a qué se refería. Al parecer él no había escuchado la historia de mi trágica vida amorosa.

—Escolten ahora mismo a los sentenciados —dijo Laban, con voz firme a unos guerreros que habían llegado con él.

Bajé la mirada y me alejé de ahí. Mis guerreros quisieron seguir mis pasos, pero los detuve. Yo ya no era su li­der, era una rebelde a la que iban a reprender. Y no sabía si iba a volver a verlos o no. Por ese motivo, me despedí­ de ellos con una sonrisa.

—No. No lo hagas —susurró Helen—, no te despidas, vamos a volver a vernos, lo sé.

—Si no vuelvo, dí­ganle a Shalom que siempre quise que ella fuera mi reemplazo.

—¡Eres estúpida! —exclamó Janiel—, una de las más grandes que conocí­ en mi vida, ¿por qué aceptaste el castigo? ¡Tu no hiciste nada!

—Creo que abrir demasiado la boca tiene sus  consecuencias, ¿no?— sonreí—. Vuelvan al cuartel—.Fue lo último que dije, antes de que los guerreros asignados a mí, me escoltaran.

Jennifer soltó un par de lágrimas mientras observaba la situación. La miré hasta que desapareció de mi vista entre los árboles.

Caminábamos rápidamente en dirección Norte. No querí­a meter a nadie en problemas, así­ que cerré la boca hasta que vimos una cabaña muy alejada del campamento. Rozaba los lí­mites establecidos.

—Es aquí­, Selva —dijo uno de mis custodios.

—Gracias, chicos.

—Selva…

—¿Si?

Uno miró al otro y le hizo un gesto extraño. Como si intentara callarlo.

—No es la primera vez que mandan a Natanael al campo de batalla con alguien más para enfrentarlos entre si…

—Calla. Si se enteran que le dijimos...

—No voy a contarle a nadie. Lo prometo —me apresuré a decir. Necesitaba saberlo.

—Natanael nunca ha perdido una batalla. Nunca.

—No se preocupen, no voy a rendirme.

—Lo lamentamos mucho.

No salgas del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora