Capítulo VII

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No podía ser cierto.

¿El mismo Blanke que conocí a mis dieciséis años?

Miré sus ojos verdes unos segundos. No parecía estar confundiéndose de persona, él estaba hablando de Blanke, del que había sido mi primer amor.

—¿Cómo sabes tú de él? ¿Qué sabes de Blanke?

Sonrió.

—Él es uno de los tantos habitantes de este refugio.

—Pues no te creo —dije, investigando su reacción. Sin embargo, no se inmutó en lo más mínimo, sólo suspiró.

—Yo sé que es difícil confiar en mí. Todo este tiempo no fui una buena imagen para ti; He mentido, he actuado mal… Hice tantas cosas para aparentar alguien que no soy —bajó su cabeza esquivando mi mirada—, pero ahora no estamos en el bosque, ya no debo fingir.

—No quise decirlo de esa manera, pero sí; el único motivo por el cual no he intentado asesinarte todavía, fue porque salvaste mi vida.

—Cierto —susurró.

—Entonces explícame.

—¿Cómo?

—Natanael…

—Solo Nael, por favor, he querido arrancarme ese nombre hace mucho tiempo. En el Bosque soy Natanael, pero aquí, soy sólo Nael.

—Nael —me corregí—, me es difícil confiar en tí. Como tu mismo dijiste, yo creía todo el cuento que decían en el bosque sobre ti, y tu —lo señalé con mi dedo índice— no haces nada para acabar con esas historias.

—Es que yo mismo ganeré esos inventos. Quiero profundamente avergonzar a mi padre, así como él me avergüenza a mí con sus actos de impunidad.

—¿Avergonzarlo?

—Tú pensaste que yo era homosexual, ¿cierto?

—Emmm… bueno…  —carraspeé.

—Mi padre odia a los homosexuales, por eso mismo,  actúo de esa forma. Incluso llegué a tener novio —rio.

—¿Solo para avergonzar a Laban? —inquerí, mientras abría mis ojos con asombro.

—Sep —respondió, con una sonrisa.

—¡Tú si que quieres ver el mundo arder!

—No... Quiero ver su mundo arder.

Quedé perpleja ante su declaración. Miraba su rostro aún enjojecido por el sol, como su cuerpo estaba cubierto por el mismo color carmesí, y sin embargo, él no parecía estar teniendo ninguna clase de dolor o molestia. No sabía si estaba fingiendo estar bien y le dolía, o simplemente estaba acostumbrado a esos maltratos del sol en su piel.
No quise preguntar, no parecía ser el momento. Pero suspiré al pensar que no era un niño mimado que imaginé; él había hecho cosas para salvar a mi gente, incluso ir contra las reglas, contra el Concejo, contra su propio padre.

—¿Qué tienes? —pasó una mano sobre mi rostro, moviéndola, para traerme de regreso a la realidad.

Lo admiraba. Admiraba su determinación, el hecho que la importara un rábano ir contra todos por salvar a las personas del Bosque.

—Nada, nada. Absolutamente nada —. Pero era difícil poder admitirlo.

Se encogió de hombros y suspiró.

—Sin embargo, no puedo hacer nada para que me creas. Tienes muchas dudas sobre mi persona.

—Si y no.

No salgas del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora