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El pizzero estaba a punto de llamar al timbre. Yo llevaba quince minutos en el salón de Izhan hablando con Ale sobre cómo iba a ser esa noche. Intentaba convencerla de que lo intentase, de que se armase de valor para hablar con Eric pero era demasiado tímida y dulce como para siquiera hablar de ellos. Una lástima pero no podía obligarla. A las personas hay que darles margen para crecer por sus propios medios, por ellas mismas.

Izhan y Paula habían quedado un poco antes que todos para deshacer la cama de sus padres lo cual hubiera sido algo indiscreto el hecho de estar esperándolos en el salón si no nos hubiéramos acostumbrado ya a ello. Así eran ellos. La confianza da asco, dicen.

Segundos después de que llegase el pizzero apareció Eric: un chico con la piel pálida, el pelo oscuro y rizado, ojos castaños. Portador de la sonrisa más simpática ya amigable que haya visto jamás. Tenía un muy buen gusto de música (Artic Monkeys, The story so far, Neck deep...) y lo mejor de todo: un buen camello. Aunque no solíamos pillar, aquel día era especial. Normalmente de fiesta suele caer algún porro pero sin que llame mucho la atención.

-¡A drogarse! -gritó emocionado Izhan.

Sin embargo la única que no fumaba era Paula, tenía problemas en el pulmón y antecedentes familiares así que no jugaba con eso, no quería arriesgarse. Tampoco le hacía gracia que Izhan o alguno de nosotros lo hiciese pero sabía que no podía impedírnoslo. Ella simplemente se abstenía a ello.

Una hora después cogimos el tranvía para llegar al After. Entramos en nuestra VIP y empezamos a servirnos copas. La noche iba bien, a mí no me ha gustado nunca el reggeton por el machismo de sus letras pero había variedad de canciones y al final acabé disfrutándolas. Hubo un momento en el que Eric se salió a la terraza a fumar y yo decidí salirme con él. Nos apoyamos en la barandilla, cara al mar y comenzamos a charlar.

En temas ajenos y un poco contenta siempre he sido muy directa así que no me andé con rodeos.

-¿Qué te tramas con Ale?

-¿Qué? Nada, sólo somos amigos.

-Sois más que amigos. Se ve desde Pamplona que te gusta -ambos nos reímos, la ginebra había empezado a hacer efecto-. Sólo digo que, si de verdad es así, arriésgate y habla con ella. Pueden salir cosas maravillosas.

-No sé. No se me dan bien esas cosas, además, no le gusto.

-Si le gustas.

-¿Te lo ha dicho?

-No..., pero eso se nota. Y más siendo su mejor amiga.

-¿No es Paula?

-Somos un trío -me enfadé pero a los dos segundos me empecé a reír. Le contagié la risa.

-Deberías ir a hablar con ella ahora mismo. Lo está deseando.

Era cierto: estaba sentada en un sillón rellenándose la copa y mirando hacia nosotros, apartó la mirada cuando él la miró y me dió pena pero al mismo tiempo rabia porque no sabían lo que se estaban perdiendo. Supongo que fue por el alcohol pero en ese momento Eric se armó de valor y fue directo a ella. Me gustó el coraje que le puso. Desde la terraza le vi sentarse a su lado y como dos niños pequeños empezaron a evitarse las miradas pero a conversar. De vez en cuando a alguno se le escapaba una risa nerviosa. Las pupilas de Eric se dilataban cada vez que miraban a Ale, se le notaba en la forma en la que la miraba. Ella sonreía radiante, ambos estaban muy agusto. No quise seguir mirándoles para robarles la intimidad del momento así que me di la vuelta y miré las estrellas. Por un segundo recordé cuando quería ser astronauta para viajar a la luna y sentirme como la princesa Leia, una de mis ídolos. Al momento apareció Izhan más borracho que una cuba y volvimos dentro a rellenarnos juntos el cubata. Al final acabamos haciendo una guerra de chupitos y gané yo.

Cogimos un taxi a las seis de la mañana, cerramos la discoteca. Izhan se había puesto demasiado borracho y vomitó en él así que Paula le pagó un poco más al taxista por las molestias y por aguantar las tonterías que decía Izhan en el coche acerca de lo feo que era el perro de la abuela de Paula (ciertamente es horrible, parece una rata con la rabia pero cuando la ves en persona te apiadas de ella, lo único es no acercarse mucho, tiene halitosis). Al bajarnos en nuestro barrio Paula se llevó a Izhan a casa y yo me despedí de ellos.

Sí, me quedé sola casi a las siete de la mañana en mi barrio pero no me importaba porque eso significaba que Ale y Eric seguían juntos. A las cinco de la mañana les había perdido de vista porque habían dejado la discoteca para irse por ahí solos. La verdad yo estaba muy emocionada porque deseaba que pasase eso desde hacía unos cinco meses. Así que fui hacia mi casa, un poco borracha pero sobre todo cansada, cansada de una de las mejores noches de mi vida. Siempre he preferido irme de fiesta a lugares más al aire libre, con un grupo pequeño de los mejores amigos y la verdad que da gusto porque el cariño, la confianza, el amor y la diversión se amplifican cuando no se es en masa.

Llegué a la puerta de casa y decidí fumarme un cigarro antes de entrar, el último de la caja, el de la suerte. Me lo coloqué en los labios, saqué el mechero y lo encendí. Me apoyé en la pared y decidí quedarme allí un momento para observar el amanecer de la ciudad: los primeros rayos de luz de la mañana, los primeros movimientos de personas que trabajaban pronto, algunos locales abriendo sus rejas, personas tranquilas, personas ocupadas, con prisa, sin ella. Era poco pero daba gusto observar a todas esas personas ajenas, desconocidas, diferentes, cada una con su rumbo, con su destino, con su motivo para caminar, todas tenían un lugar al que ir, yo también. No sé si era por el alcohol o por las náuseas insanas que me producían ver a alguien vomitar que recordé el taxi y a Izhan y me mareé. Entonces oí una voz:

-Si te sienta mal tal vez no deberías fumar...

Jamás había visto u oído a esa voz ni a esa persona en mi vida. Me tomé un respiro para recuperarme del mareo y me fijé en quién me hablaba. Era un chico de piel oscura y ojos intensos pero claros, nunca antes había visto tal impresionante combinación. Debería sacarme dos cabezas por lo menos pero yo llevaba tacones. Me quedé mirándole a la espera de contestarle pero no me salían palabras, entonces él dijo:

-Fumar mata.

Y yo contesté:

-Matar fuma.

Le di una calada al cigarrillo y lo apagué, subí a casa a ducharme y a dormir. La resaca pudo conmigo todo el fin de semana.

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