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La expresión de Aaron siempre era tan calma mientras cocinaba. Según él si no lo hacía tranquilo y con amor la mezcla le quedaría horrible, se le quemaría todo y probablemente incendiaría la casa de forma consciente. Por dicha razón no dejaba que nadie entrase a la cocina mientras él estuviese ahí trabajando. Era algo así como el equivalente a una de las abuelas de Julián. Ambos se ponían muy nerviosos si los interrumpen o si quieren ayudarlos.

El castaño estuvo cortando galletas en distintas formas antes de agarrar la bandeja en la que estaban y meterla al horno. Frotó sus manos contra un repasador antes de sentarse en la barra, justo en frente del chico vestido de negro.

- ¿Qué pasó esta vez? - preguntó Aaron con voz dulce.

- Me frustré por no poder hacer ni tres saltos cruzando la cuerda. No pude mejorar ni aunque practicase un montón.

Julián suspiró apoyando su cabeza sobre sus brazos cruzados. Agregó resignado luego de unos segundos:

- En serio soy un llorón, ¿no lo crees?

El muchacho de rosa notó como su mejor amigo empezó a encogerse sobre sí mismo. Si seguía con esos pensamientos iba a terminar hecho bolita y no lo podría mover hasta dentro de cuatro horas. Más le valía apurarse.

- Sí, lo sos - la tremenda honestidad no asombró a Julián, pero sí logró que mirase a su acompañante a la cara -. Pero aún así somos amigos y te adoro. Además, sabes que de lo contrario no te cocinaría.

-Vos cocinas porque sí, Aaron.

-Ya, pero no te lo daría. Lo guardaría para mi hermana y la persona que trajo ese día - sonrió de forma burlona.

Lo miró atónito por unos segundos. No porque lo que dijo le causó impacto, sino porque no entendía cómo ese chico no era modelo. Sí, era algo escuálido, no tenía abdominales definidos, pero sus ojos y su sonrisa eran únicas. Su pelo castaño oscuro formaba pequeñas ondas que podrían tomarse como rulos desarmados. Además estaba su facha natural, es decir, toda la actitud y apariencia que tenía. El chico sabía lo que hacía, por lo tanto no se esforzaba en disimularlo. Era bueno hasta combinando ropa.

La alarma sonó y Aaron sacó la charola del horno. Mientras las galletas se enfriaban fue a preparar un par de leches chocolatadas para acompañarlas. La hora de la merienda siempre había sido la favorita del muchacho que siempre llevaba algo rosa.

Cuando hubo terminado llevó todo al sillón donde le pasó una taza y un plato a Julián. Este se emocionó y enterneció mucho cuando vio que las galletitas estaban cortadas con forma de dinosaurios. Sonrió yendo a buscar una con la mano.

Aaron no pudo evitar sonreír también. Tomó un sorbo del líquido para disimularla, pero fue imposible. Su sonrisa no se podía ocultar con nada.

-Así está mejor - pensó mientras le daba el siguiente sorbo.

Sé que nunca dejaste de brillar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora