Capítulo 11. La fría distancia. (1 parte del maratón)

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Un olor dulzón me hace abrir los ojos tras una larga noche en la que apenas he podido pegar ojo. Soy de las que piensan que los lunes son la peste pero podría cambiar de idea si me despertara un olor así siempre.

Me levanto con pesadez de la cama pero al mismo tiempo con una extraña alegría por el olor a dulce que llega a mis fosas nasales y que parece que inunda toda la casa.

-          ¿Qué estás haciendo Miguelito? –pregunto cuando entro en la cocina y lo veo con las manos en la masa. Literalmente.

Él se gira hacía mí con una gran sonrisa y pone en la mesa un plato gigantesco de toritas con sirope de chocolate. Mis ojos se abren como platos y mi estómago empieza a saltar de emoción.

-          ¿Qué celebramos?

-          Lo mucho que te quiero y lo muchísimo que siento el haberte tratado tan mal –dice con pesar –Por eso he pensado que sería buena idea que por un día te fueras a la uni con el estómago lleno.

Me siento culpable por todo lo que ha hecho por mí desde que llegamos de Jerez. Las tortitas no han sido su único castigo autoimpuesto. Ayer cuando llegamos por la tarde me invitó al cine y pidió una gran caja de palomitas de caramelo y una Coca-Cola extra grande para mí y, por si eso no hubiera sido suficiente, luego me invitó a cenar a mi pizzería favorita. Su generosidad está empezando a hacerme sentir mal.

-          Miguel no es necesario que…

-          Calla –me interrumpe mientras da la vuelta a una tortita en la sartén –Hago esto porque quiero y no hay más que decir al respecto. Siéntate jovencita.

Sin una palabra más, hago lo que me dice y me siento calladita. Él me pone enfrente un vaso de zumo y un plato de tortitas con una rodaja de plátano y un lago de sirope. Yo me dedico a comer mientras me preparo mentalmente para el día que me espera delante.

Miguel se sienta enfrente con su propio plátano y me mira con curiosidad. Yo le miro con la boca llena.

-          ¿Qué? –espeto con los mofletes llenos de tortitas. ¡Están deliciosas!

-          Solo estaba pensando en la mañana que te espera –se ríe pero se calla cuando le lanzo una mirada asesina –Lo siento. ¿Qué vas a hacer con el tema Diego?

No quería pensar en su nombre porque eso me hace sentir peor pero ¡Voilá! Ahí tienes a Miguel siempre al pie del cañón para abrir la boca y decir lo que quiere.

-          Ignorarlo hasta el fin de los tiempos. –contesto sin querer darle más historia a lo que ha pasado.

-          No puedes huir de los problemas.

-          Vale maestro Yoda –digo mientras dejo el tenedor en el plato -¿Qué me aconsejas que haga? ¿Preguntarle porque me ha dado con la puerta en la cara? ¿Llorar? ¿Un combo de las dos cosas?

Miguel pone los ojos en blanco y se encoge de hombros.

-          ¿Hablar con él?

Já, como si fuera tan sencillo.

-          ¿Para qué? ¿Para recordarle lo niñata que soy? –me levanto de la silla y rio sin ganas –No voy a hacer un mundo de esto. Lo que fue, fue y ya está.

Recojo mi plato y lo meto en el lavavajillas, se me ha quitado el apetito y no tengo ganas de estar aquí con Miguel si lo único que va a hacer es hablar de Diego. No quiero hablar de él, no quiero decirle que he estado pensando en él cuando yo era la que se burlaba de las chicas que lloraban por tíos que pasaban de ellas. No quiero ser una de esas chicas. No quiero darle la razón a Diego, demostrarle que soy una inmadura.

Química del Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora