Un refugio.

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  Me intenté girar y me dolía todo. Más que nunca.

Me dolía todo, tanto, qué ni siquiera sabía donde dolía. Pensé que era en la cabeza, pero al tocarla me di cuenta de que estaba entera vendada y que estaba todo intacto.

Quise gritar para obtener ayuda, por lo mucho que me dolía, pero no me salía la voz. Me dio mucha impotencia y me giré de golpe.

Vi mi brazo, la muñeca, donde se separaba la manga de la piel. Mi piel.

Seguía ahí, estaba ahí. Podía verlo a través de la tela.

Mi pequeña marca de guerra, mi gran batalla, estaba ahí, grabada.

Claudia entró en la habitación. La miré asustado pues no sabía que quería de mí.

-Nos asustaste el otro día - dijo tímidamente sonriendo.

-¿Anoche dices? No sabía quienes erais, iba muy bebido... disculpa...

-Fue el martes -suspiró- León...

Pensé que tampoco había pasado tanto tiempo, pero preferí preguntarlo y asegurarme.

-¿Que di...?

-Estamos a sábado.

¿¡Que?! No podía ser, habían pasado casi 5 días, 5 días que habían sido vacíos, pero me había limpiado de alcohol. Pero aun estaba en casa de La Rubia, donde también vivía El General, Andrea, el causante de ese estado en el que yo me encontraba, por ser un valiente sinvergüenza.

Decidí que tenía que salir de ahí, como fuera. Claudia me miraba mientras todo eso pasaba a una velocidad increíble por mi cabeza. Me miraba con pena y yo intentaba reclinarme para ponerme los zapatos, echarme una manta encima y huir de allí, pues no podía permanecer en lugar hostil. Me rompía y me daba, aunque no quiera reconocerlo, miedo estar en esa situación.

Claudia intentó impedir que me sentara en la cama, pero le puse mi mejor cara, que a juzgar por lo que hizo a continuación, debió ser la peor, pues se apartó, me ofreció los zapatos y luego mi gorro, sin quitar aquella sonrisa lastimera de su cara. Mientras yo me terminaba de preparar, ella abrió la puerta y miró. Se giró hacia mi y me hizo un gesto de silencio que yo entendí como peligro. Volvió a mirarme y me hizo el gesto que estaba esperando.

La seguía a ella por el pasillo, mientras oía gritos y exclamaciones. Claudia me miró y me volvió a remarcar el gesto de silencio mientras pasábamos por una puerta entornada. Los gritos se convirtieron en gemidos y las exclamaciones en gritos de satisfacción.

Me atreví a mirar por la rendija que dejaba la puerta. Andrea lucía imperioso con sus pantalones y tirantes a sus pies, presenciando la escena desde arriba, mientras de ella, solo veía unos mechones rubios balancearse al borde de la cama.

Tenía los ojos semi-cerrados, así que pasamos rápidamente y corrí como pude hacia la salida, pues pensaba que me derrumbaba del dolor.

-Por fin fuera, creí que moriría dentro - respiré.

- Tienes que recuperarte León, ve al bar de Enzo, el podrá darte cobijo algunas noches hasta que estés mejor y te valgas por ti solo.

-Pero, ¿Cómo sabrá que tiene que darme habitación?

-Él siempre sabe que hacer y cuando hacerlo, León, ve.

Probablemente era la mejor, y única, opción que tenia en ese momento, así que empecé a caminar lentamente, sujetándome el hombro que más me dolía, incluso más que antes, debido a la carrera en casa de Andrea.

Con la imagen de La Rubia a pies de El General en la cabeza, pensaba ahora en Enzo. ¿Qué sabría él de mí? ¿Y de mis encuentros con La Rubia? ¿Estaría al día de todo? Y lo peor, si lo supiera, ¿Qué pensaría de todo esto?

El gran ciclo lunar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora