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CAPÍTULO UNO — 'EL REGRESO DEL LEÓN'

( ROCA CASTERLY, 260 AC )

— ¿NO SON ESOS SOLDADOS LANNISTER?

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— ¿NO SON ESOS SOLDADOS LANNISTER?

Ser Garrett, quien en esos momentos terminaba de arreglar la montura de su caballo, observó con aburrimiento hacia la dirección en que Sammuel, su escudero, apuntaba.

—Por supuesto que son soldados Lannister, muchacho estúpido—contestó en un bufido—. Estamos en Roca Casterly, hay Lannisters por donde busques, inclusive debajo de sus rocas de oro.

— ¡Pero nos han insultado!—insistió Sammuel, elevando el tono de su voz—. A fe mía, Ser Garrett, que no toleraremos más insultos, es todo lo que hemos recibido desde nuestra llegada.

El caballero negó. Ser Garrett era ya un hombre viejo, y había pasado la mayor parte de su vida sirviendo a distintos señores Reyne. El mismo Lord Roger Reyne, el actual Señor de Castamere y a quién había visto crecer, le había encomendado la seguridad de su hija antes de partir a la Guerra de los Reyes Nuevepeniques, y tras su regreso, lo nombró oficialmente guardia personal de la pequeña señora. No era que a Ser Garrett le disgustase especialmente su trabajo, puesto que la niña era tan educada y dulce como hubiese deseado que fuesen sus propias hijas, pero sí llegaba a aburrirse con facilidad al tener que seguir a su pequeña señora a todas partes. Por eso mismo había solicitado permiso para un descanso tras el viaje de Castamere hasta Roca Casterly, y Sammuel, quien tampoco deseaba permanecer en espera junto a la puerta de Juliette Reyne, se había apresurado a acompañarlo.

—Si mal no recuerdo, también tenemos hospedaje y alimento gracias a los Lannister—dijo Ser Garrett.

—Hospedaje, alimento e insultos—repitió el joven en forma tajante. Lady Ellyn apreciaba lo suficiente a Sammuel como para haber convencido a Ser Garrett de tomarlo bajo su tutela, y aunque el muchacho había demostrado ser un buen sirviente, tenía la sangre hirviendo en busca de cualquier excusa de recurrir al acero y demostrarle al caballero lo bueno que era con su manejo en la espada, por lo que regularmente Ser Garrett debía acallar su espíritu y estaba realmente acostumbrado a lidiar con su actitud. Mas en esos momentos empezaba a perder la paciencia, puesto que aquella no era la primera ocasión en que buscaba una incitación hacia los hombres Lannister.

—No provocaremos una riña en pleno luz del día y rodeados de leones—sentenció.

Escuchó una risa por parte de Sammuel.

—Pero nosotros también somos leones—dijo él—. Servimos al gran León Rojo de Castamere, y no dejaré que otros leones ensucien el nombre de mi señor con sus insultos.

—Cierra la boca, muchacho estúpido—Ser Garrett se llevó una mano al cinturón, donde su espada colgaba, dispuesto a sacarla para golpear a Sammuel de ser necesario—. No nos conciernen los problemas de los señores.

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