CAPÍTULO CUATRO — 'LAS OLAS AZULES'
( ROCA CASTERLY, 260 AC )
ROMEO LANNISTER TENÍA EL ALMA DE UN POETA. Esa era la forma en que su amigo lo llamaba, y no exactamente porque escribiese poesía. Según él, Romeo era alguien de sentimientos a flote, a quien no le importaba mostrar su tristeza o felicidad, y sobre todo, no dudaba en expresar el amor. Pero Romeo jamás había sido capaz de ordenar todos sus sentimientos en unas cuantas líneas, mucho menos en su interior. Las emociones lo sacudían constantemente, gritando, y él las dejaba salir porque no valía la pena ocultar nada. Pero siempre supo que algo faltaba, algo esencial. Al principio creyó que se debía a la ausencia de Joanna y Tywin. Aunque tenía a Stafford y a sus hermanos, su relación con su primo era cien veces mejor. Nadie comprendía como el recto Tywin podía soportar al sentimentalista Romeo, ni cómo Romeo conseguía hacerlo sonreír. Pero también estaba Mercutio, quien lo hacía reír con sus bromas y se mofaba constantemente de él para hacerlo reír aún más desde su llegada como pupilo de Lord Tytos. Y ahora que Tywin estaba de vuelta, creyó que esa sensación desaparecería. Se equivocó. Quizás aún le faltaba Joanna, quizás le faltaba otro tipo de amor, como el que Lady Roseline se negaba a corresponderle.
Veía a Roseline en esos momentos, sentada en una mesa alejada a la suya, pero entre todo el tumulto de personas, la veía. Conversaba alegremente con otra mujer a su lado, y en ningún momento lo honró con la más sutil mirada. ¿Qué había hecho para merecer tal dolor más que confiarle su amor? Por la angustia ocasionada, Romeo apenas pinchó con el tenedor los platos que ponían frente a él y no llevó a sus labios la copa que Mercutio se proponía a acercarle cada vez más para lograr que la tomase.
— ¿Qué soñaste anoche?—le preguntó Mercutio, quien había intentado sacarle una palabra desde que tomó asiento a su lado. Romeo creyó que se sentaría en la mesa alta con su tío y sus primos por ser un miembro de la familia real, pero Mercutio apenas parpadeaba ante muchas de las responsabilidades que conllevaba su nombre y prefería pasar desapercibido de ellas (pero no de las atenciones que le brindaba). Seguramente le había pedido a su tío que le permitiese quedarse con Romeo, y su gentil tío, como de costumbre, no pudo negárselo al igual que nunca le negaba nada a nadie—. Es una pregunta a la cual no puedes evadir respuesta como a las anteriores.
—Un sueño—fue todo lo que contestó.
Mercutio soltó su bufido.
—Ustedes los soñadores son todos unos mentirosos—le dio un sorbo al vino de Romeo porque su copa ya estaba vacía—. ¿Quieres saber que soñé yo? Dragones, mi querido amigo.
— ¿De nuevo con dragones?—Romeo esbozó una sonrisa—. Para un Targaryen eso no es tan extraño, me temo decir.
— ¿Y cómo vas a saberlo tú si nunca has tenido sueños de fuego?—Mercutio no parecía complacido con el cambio de papeles, siendo que era él quien usualmente se mofaba de Romeo y sus discursos poéticos—. Un fuego que lo consumía todo, consumía los cielos, la tierra, los sueños y a los soñadores. Consumía el amor ciego que le tienen a sus sueños ciegos y que permiten que permanezcan como fantasías. Los dragones se burlaban de nosotros, los mortales atados a pies mientras que ellos recorrían el cielo y lo devoraban.