CAPÍTULO DOS — 'UN TRISTE ROMEO'
( ROCA CASTERLY, 260 AC )
EN LOS OJOS AZULES DE ROMEO SE REFLEJABA CADA GOTA DEL MAR AZUL. El muchacho había contemplado ya la salida del sol y el movimiento de éste sobre el cielo hasta posicionarse en su punto más alto, justo por encima de su cabeza. Era verano y la luz que el sol le proporcionaba era cálida y un tanto abrumadora, por lo que su piel se encontraba ya rojiza, aunque no hacía ningún intento para cubrirse del sol. Nada de eso tenía importancia, no mientras su gran amor no fuese correspondido, no mientras tuviese roto el corazón.
— ¡Feliz tarde, primo!—escuchó una voz llamarlo a sus espaldas. Romeo se giró, achicando los ojos para poder ver con claridad después de pasar tanto tiempo contemplando el reflejo del sol sobre el mar. A la distancia, caminaba un joven alto y delgado, de cabello rubio y ojos verdes que reconoció en cuanto lo tuvo a pocos pasos de él. Romeo esbozó una sonrisa al ver a Tywin, y tuvo que contenerse para abrazarlo, puesto que sabía que Tywin no era partidario de esa clase de demostraciones de afecto (de ninguna en realidad).
— ¿Es tan joven el día?—preguntó, intentando sonar tan jovial como lo era su sonrisa, pero por la expresión de desconcierto en el rostro de Tywin supuso que no lo había logrado.
—Es mediodía—contestó Tywin. Romeo lo invitó a tomar asiento a su lado, sobre las grandes rocas que bordeaban el arrecife. Bajo sus pies, las olas se agitaban como leones enjaulados, deseosos de su caída para engullirlos. Romeo amaba el sonido que provocaban con cada golpe contra la roca, pero no estaba tan enamorado de ello como lo estaba de cierta dama en cuestión.
—Las horas me parecen muy largas—murmuró, cerrando los ojos para concentrarse en el ruido de las olas—. Primero lo eran los días sin ti y Joanna, y ahora las horas son más prolongadas que los días y las semanas juntas.
Tywin frunció el entrecejo.
— ¿Qué tristeza alarga las horas de Romeo?
—El no tener lo que, teniéndolo, las haría cortas—respondió con una sonrisa, sin abrir los ojos aún.
Se mantuvieron en silencio durante unos instantes. No había nada más que el mar y el viento que les alborotaba ambas cabelleras rubias. Romeo no se daba cuenta, pero Tywin no dejó de verlo en ningún momento, intentando descifrar por qué su primo parecía ser el mismo (aunque sus facciones eran ya un tanto más toscas de cómo las recordaba, pero conservaban esa esencia característica de él; e inclusive cuando lo saludó por primera vez reconoció que era más alto), mas al mismo tiempo lo sentía como un extraño.
—No estuviste durante el recibimiento—habló de pronto. Romeo apenas se inmutó ante la clara acusación—. Ahí estaban Stafford y tus otros hermanos, pero no tú. ¿Es que acaso no deseabas verme?
Finalmente, el muchacho abrió los ojos. Al verlos, Tywin se preguntó internamente si en realidad se encontraba viendo el mar o los ojos de Romeo, porque éstos parecían ser exactamente idénticos.