El sol apenas asomaba en el horizonte, y Auro ya estaba a las andadas. Sus servicios habían sido solicitados por un hombre de buen vivir, y por lo tanto se tuvo que trasladar hasta la parte rica de la ciudad. Grandes mansiones bordeaban amplias carreteras, y estaban adornadas con fuentes blancas como la raza predominante del barrio y agua tan cristalina que solo podía detectarse porque refractaba la luz.
Estacionó junto a la morada que su cliente había descrito. Amplio jardín, paredes marfiladas, rejas pintadas de color crema, un grupo de labradores tratando de ser amigables con quienes pasaban junto a las estructuras de metal. El propósito de los canes no era la defensa del hogar, sino más bien... el recordarle a la gente que los humanos son superiores. Esto es debido a que los labradores llevan la inocencia de los cachorros a extremos inimaginables. Sus ladridos gruesos y sus grandes cabezas son solo una fachada que oculta niveles armamentísticos de retraso.
Tocó el ornamentado timbre, cuyo marco de mármol mostraba la figura de un labrador. Los perros de carne y hueso se compactaban en el espacio frente a él, moviendo las colas y hasta encimándose por momentos. Se movían dando gráciles saltitos que denotaban excitación. Cuando esos canes se calmaran y volvieran a su estado fundamental, probablemente liberarían rayos gamma.
Montando un fiero y brioso Segway, un hombre salió de la puerta delantera de la casa, dirigiéndose al portón de las rejas para abrirlo de forma manual. Era una persona antigua, de esas con más arrugas que cabellos.
Los labradores se apartaban del camino del viejo, situándose en órbitas predeterminadas. Giraban también sobre su propio eje, algunos en el sentido de las agujas del reloj y otros en el contrario. Quién los observara desde lejos notaría que era imposible conocer su momento y su posición a la vez.
Antes de abrirle al ilusionista, el viejo hizo una seña a los perros para que se apartaran. Estos la ignoraron, lo que era buena señal. Lo preocupante hubiera sido que obedecieran.
—Bienvenido, Crea Paraísos. Pase, los animales no le morderán. — Su voz portaba un hilo de angustia no muy evidente, pero importante.
—Sé lidiar con los cánidos. Mi amada y yo solíamos irnos al bosque a acampar. Le impresionará la cantidad de estrategias que existen para espantar lobos con ilusiones.
El anciano asintió en silencio, mientras guiaba al hechicero dentro del hogar.
Las paredes estaban colmadas de cuadros de una joven jugando con perros. Auro empezaba a preocuparse. Los locos obsesivos podían ser clientes difíciles y/o homicidas. Y no cobraba lo suficiente como para ser apuñalado.
—Señor, si lo que quiere es una fantasía indebida con la adolescente de los cuadros, debo negarme a cumplírsela.
El hombre se volteó, ofendido.
—¡Mi hija! ¡Esa adolescente era mi querida niña!
«Era», palabra problemática. Pretérito imperfecto. Suele indicar que algo dejó de ser. Eso le ponía nervioso, ya que existían dos posibilidades: Ella había dejado de ser una adolescente o, lo que se infería por el modo en el que el viejo se había explicado, dejado de ser.
—Lo lamento por asumir lo que no debía. Espero comprenda que mi trabajo me vuelve propenso a encontrarme con gente muy enferma —dijo , realizando una reverencia para demostrar que sus intenciones eran sinceras.
—Qué joven educado.
Auro rió un poco.
—Mi juventud es solo otra ficción. Cargo tres décadas en la espalda.
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Las honestas ficciones del proxeneta
FantasiToda ilusión no es más que una refracción de alguna verdad. Por eso la mayoría de quienes las conjuran se vuelven locos. Auro no estaba entre la mayoría. Habiendo adoptado un sistema de creencias que le permite reconciliar la propia verdad con...