Prólogo

400 36 27
                                    



No sabía cuánto tiempo había pasado desde que empecé a golpear el frío acero de aquella puerta, pero en ese momento difícilmente podía llamarlo golpe.

― ¿Dónde estás?

Los gritos pasaron a ser leves susurros carrasposos desenterrados de mi interior con cada aliento que daba.

― Regresa... regresa, por favor.

Seguía intentando llegar a él. Era un intento en vano. Lo sabía.

Había llorado tanto que podía sentir las lágrimas secas en mi rostro y la irritación en mis ojos. Aspiré fuerte por mi nariz al sentir el fluido queriendo salir de ella, pude sentir el líquido viscoso bajar con mi garganta y tosí.

― Jaimie, regresa.

Aquella puerta de acero gigantesca parecía un frío cadáver inamovible que podría pasar jamás y la realidad me dio en la cara como si de una bofetada se tratase... era mi fin y ya no tenía a nadie a mi lado para ayudarme. Ni siquiera el sol estaba para alumbrar mi camino, solo la helada luna con su escaso brillo mortal y las sombras de los árboles a mi alrededor. Esas sombras que se movían como personas al acecho, como ellos.

No quería ser uno de ellos.

Pero lo eres.

― No – Tapé mis oídos y cerré los ojos con tanta fuerza que vi puntos de colores.

Por culpa de esa voz él se había marchado, al igual que el resto del grupo.

Por culpa de esa voz yo estaba sola.

(...)

― No puede venir con nosotros.

― ¿Cómo puedes decir eso?

― Digo las cosas como son, Jaimie – Laura le insistía a su hermano que me dejara atrás – Sabes que no puede venir – El joven intenta alejarse, pero ella lo sujeta y lo atrae, lo obliga a verla. Ambos pensaban que estaba dormida, que no escuchaba nada – Lo sabes, Jai – la tristeza en la voz de Laura me vació por dentro al punto que tuve que ahogar un sollozo en sumo silencio.

Aunque no quisiera admitirlo, ella tenía razón. Pero no quería estar sola. No quería que me dejaran atrás.

― Si ella no viene con nosotros, me quedo a su lado.

Mi pecho se hinchó de tristeza con esas palabras. Por mi culpa Jaimie no saldría de ese condenado lugar. Cubrí mi rostro con ayuda de mis brazos y me permití llorar por un momento.

(...)

Ahora estaba frente a esa gran entrada, de rodillas tumbada contra ella, sintiendo cada piedra, rama e insecto pasar. Posé mi mano sobre el frío material y pegué el oído a él con la esperanza de escuchar algo, a alguien, lo que sea.

Lo que sea, menos a mí, ¿no es así?

― Tú no eres real – le dije.

¿No lo soy?

Fruncí el ceño y esperé algún otro argumento, pero solo quedó el silencio haciéndome compañía.

¿Cuánto tiempo habría pasado desde que quedé en ese lugar olvidado?

¿Horas?

¿Acaso habían sido solo minutos que resultaron ser interminables para mí?

¿Cómo confiar en lo que pienso ahora?

Una Mente Perdida (Esquizofreniac #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora