CAPÍTULO IV - ¿No juzgar el libro por su portada?

123 25 22
                                    



― ¿Te encuentras bien, capi?

― Sigamos ―resoplé en mi intento por ocultar cuánto me dolía la herida.

Trataba de contener el vendaje improvisado con mi mano libre, pero resultaba escabroso entre tanta humedad debido a la sangre que había perdido para el momento.

Llevábamos días caminando sin parar más que para dormir por las noches. El terreno desigual boscoso del Amazonas procuraba cuanto peligro pudieras imaginarte. Y si, nos encontramos con diversos peligros que nos acecharon durante el camino.

Laura había sido picada por una araña de gran tamaño, que asumimos en su momento que era una tarántula, pero no estábamos del todo seguros. Era de noche y solo vimos una sombra moverse con rapidez entre las hojas caídas de los árboles, seguido por el grito de mi hermana rompiendo en un eco que debió haber viajado una gran distancia.

Si no hubiéramos encontrado un pequeño pueblo a pocos minutos, Laura no estaría viva y yo me hubiese ido con ella a la tumba. No podía perderla a ella también.

Mi fiel amigo, Carlos, siempre erguido y dispuesto, no sufrió ningún ataque furtivo, pero sí cayó desde una altura considerable mientras caminábamos por una pendiente en un día de lluvia torrencial. Ahora cojeaba según avanzaba junto a nosotros.

Y yo, hace unas horas, fui mordido por un perro callejero.

Si, como lo lees. Un maldito perro callejero se acercó a nosotros pensando que éramos comida servida y atacó con furia, alcanzando mi brazo con sus dientes.

Un sucio pañuelo ahora sostenía el pedazo de piel que quería desprenderse de mí. Carlos le rompió el cuello al animal antes de que pudiera comer su cena de mí.

Y asé estábamos. El supuesto equipo invencible que debía encontrar a Erin lo antes posible. Ninguno de nosotros podía caminar bien, menos correr o pelear, pero íbamos a pasos de vencedores, sin rendirnos, aunque sonara absurdo.

― ¿Seguro estás bien? ―insistió―. ¡Hombre, no te ves nada bien!

― ¡Estoy bien!

Ambos saltaron ante el grito y callaron. Sabían que no me detendría por nada hasta encontrarla.

Erin era en ese momento mi prioridad número uno y un maldito animal de la calle, ni ninguna otra cosa, podría sacarme de mi camino.

― Espera.

Laura nos detuvo a mitad de la nada. Mis ojos se entrecerraron tratando de acostumbrarse a las penumbras y ver en la dirección en la que ella veía aterrada.

Guardando silencio fue que me percaté del cansancio físico. Nuestras respiraciones superficiales nos dejaban en evidencia, la piel sudorosa y ropas sucias. Eran carne de cañón y cualquiera que se acercara con mala intención lo vería al instante. No teníamos más opción que morir en el intento de realizar una hazaña imposible en nuestras condiciones.

Algunas hojas se movieron, susurrando en el aire como el muerto que camino por las noches en un bosque como ese, las ramas de los árboles se mecían con el viento en las copas y las más pequeñas, caídas por haberse secado, sonaron tras romperse bajo las pisadas de alguien. Sujeté la mano de mi hermana y me dispuse a un lado de Carlos, con ella detrás de ambos. Correr no era una opción, no así. Si uno de ellos aparecía desde las sombras... no saldríamos con vida.

Nuestros ojos se clavaron en el montículo de plantas al frente, donde no podíamos ver mucho más que sombras haciendo juegos con nuestras mentes. Deseé que haya sido un animal... pequeño... ¡y no venenoso! Desde donde nos encontrábamos, el pueblo más cercano quedaba a horas de camino. Lo sabía porque en el anterior, donde salvaron la vida de Laura, nos facilitaron un pequeño mapa de la zona. Desde entonces fue todo mucho más fácil.

Una Mente Perdida (Esquizofreniac #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora