CAPÍTULO III - Encierro

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 ― ¿Dónde estoy? ―me pregunté en repetidas ocasiones, incluso en voz alta, aunque no obtuve respuesta.

Vi el sol salir y ponerse varias veces a través de unas rejillas muy arriba en la pared. Mis manos se encontraban atadas y el silencio abrumaba por momentos.

― ¿Hola?

Nada.

― ¿Hay alguien ahí?

Nadie.

Conté las horas a medida que pasaban y el hambre corroía por dentro, la sed se volvía desesperante cuando conté la segunda puesta de sol. Sabía que no me quedaba mucho tiempo más de vida. Lloré interminablemente hasta quedar completamente seca en mi interior. Lloré aún más cuando recordé tiempos pasados.

― ¡Pásamelo!

Jonnathan me gritaba desde el otro extremo de la calle. Quería su balón de fútbol de vuelta, pues había caído dentro de mi urbanización. Me reí a carcajadas, de manera malévola, con su pelota en mis manos. Solo jugaba un poco con él, era divertido hacerle creer que no se la devolvería. Fue divertido hasta que empezó a llorar y se me achicó el corazón por dentro. Iba a la escuela conmigo, aunque él era un grado menor. Estaba en tercero de primaria.

Vi el balón en mis manos y luego a Jonnathan. Abrí el portón del estacionamiento y me acerqué con culpa.

No dudó ni un segundo para arrebatarme la esfera y empujarme con todas sus fuerzas. Caí duro contra el concreto de la vereda y la sorpresa me hizo llorar a gritos.

No fue mi intención ser mala con él, pensé que estábamos jugando.

Desde ese día, nunca volvió a hablarme y guardó un rencor que fue creciendo con el paso de los años, un rencor que lo hizo molestarme de manera seguida en cada oportunidad que se le presentaba.

Yo lo empecé a odiar también por ello.

Lloré desesperada ante la imagen de recuerdos tan vanos como ese. Momentos de mi vida cuando todo era sencillo. Todo era normal.

Un tintineo de llaves a la distancia me hizo callar de inmediato, ahogando los sollozos en mi pecho. Ya era de noche y me encontraba sumergida en completa oscuridad.

― Si tan solo pudiese ver ―pensé.

Grita.

― No, no ―le respondí―. No sabemos si es alguien bueno o es quien me ató.

Mis manos y pies estaban fuertemente amarrados a la cama debajo de mí. No podía mover mucho más que mi cabeza a los lados, y el sonido venía desde atrás.

Si es quien te trajo... ya sabe que estás aquí ―me dijo―. Y si se trata de alguien más... te ayudará. No tienes nada que perder, si me lo preguntas.

― No te lo pregunté ―mascullé enojada.

Mi conversación privada fue brutalmente interrumpida tras los gritos de una mujer que me erizaron cada vello en la piel.

No paraba de gritar.

Su voz se caló en mis huesos y las lágrimas volvieron a emerger como río bravo en la llanura. Podía sentir su sufrimiento, su dolor se hizo mío y el terror inundó cada espacio de mi cuerpo.

Sentí que pasaron horas. Horas en las que no tuvo un respiro, en las que seguía gritando junto con el sonido de golpes secos y húmedos. Casi podía palpar la sangre brotando de ella, casi podía verla morir. Solo que no se detenía.

Una Mente Perdida (Esquizofreniac #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora