Capítulo 9

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Esa noche no es que durmiera demasiado.

Estaba ansiosa por decirle a mi madre que ya tenía un lugar donde vivir y que este mismo fin de semana me iría. Mis intenciones eran habérselo dicho anoche luego de cenar; pero ni hubo cena, porque lo único que hice fue enfurruñarme en mi habitación, y con todo el tema del idiota ese, no tuve cabeza para pensar en mi nuevo hogar.

Esperaba que se lo tomara bien; pero era mi madre, lagrimas habría, eso seguro.

Con todo el cansancio de una noche sin dormir, me levanté de la comodidad de mi cama, rascando mi nalga izquierda y bostezando.

No me apetecía nada levantarme, pero es lo que tiene crecer. Tienes que ser responsable. Trabajar, o vives en un zulo, no hay de otra.

A menos que quieras prostituirte, y, hey, no soy quien para juzgar.

Me duché rápidamente con agua fría para quitar los residuos de sueño y pereza, y me envolví en una toalla.

Me vestí con un pantalón negro roto, una camiseta gris deslavado sin mangas y mis botines negros.

No reparé demasiado en el aspecto que debía tener mi cara, porque era un caso perdido. Pero dejé mi cabello suelo al natural para tratar de tapar un poco el destrozo.

Hoy me levanté con ganas de matar, pero de un susto.

En cuanto me encontré con mi madre en la cocina, ella me miró con cara de espanto.

―¿Qué ocurre, bebé? Parece que te haya pasado un camión por encima, pero solo en el rostro ―dijo mirándome con ojo crítico, para luego tomar mi rostro entre sus manos frías y acariciar mis mejillas.

―Gracias, mami, tu siempre tan halagadora ―murmuré de forma sarcástica, soltándome suavemente de su agarre para ir a prepararme un café bien cargado y sin una gota de azúcar.

―¿Vas a decirme qué ocurre? Si es por el tema de mudarte, sabes que no te estoy echando ni tengo prisa porque te vayas. Solo es una sugerencia, una idea, que me gustaría que tomaras. Esta es tu casa, siempre va a hacerlo, no hay razón para que te martirices con...

―Mamá ―la detuve, mirándola con una sonrisa. Ella se notaba afligida, como si se arrepintiera de las palabras que había proferido hace unos días. Lo sabía porque siempre que le preocupaba algo; ladeaba la cabeza, fruncía el ceño y apretaba los labios― no es necesario, ya tengo todo cubierto. Este fin de semana salgo de casa.

Ella abrió sus ojos y dio un paso al frente, para luego poner una expresión molesta en su rostro.

―¿Cómo que irte? ¡Pero si no tienes a donde ir!

―Te equivocas, mami, ayer encontré un lugar perfecto y ya tengo todo listo para comenzar a vivir ahí, solo tengo que llevar mis cosas.

―¿Tan pronto? ―preguntó ella con voz débil, mirando hacia sus manos― no creí que fueras a irte tan pronto, cariño.

Su voz se quebró un poco en la última palabra, pero trató de aparentar que estaba bien.

Detestaba ver a mi madre llorar, no lo soportaba. La había visto hacerlo tantas veces, sobre todo cuando era pequeña. Ella siempre creyó que no la escuchaba, pero oí cada una de sus lágrimas. Cómo con el pasar del tiempo, su corazón se iba reparando por la pérdida de mi padre, el único hombre que ella alguna vez amó.

Me acerqué a ella para estrecharla en mis brazos.

―Está bien, mamá, no voy a irme por siempre. Voy a visitarte siempre que pueda. Además, ya sabes que no sé cocinar, por lo que algún día que otro vendré a robarte comida.

Equal Halves. MADLY IN LOVE #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora