Después me hicieron bailar el vals con la homenajeada y fui el hazmerreír de la fiesta porque la pisé al menos tres veces, al punto de sellar la suela de mis mocasines sobre la capellada de sus zapatos blancos. Fue en esa fiesta donde mis compañeros de colegio (un colegio de varones, el de los Hermanos Maristas) me empezaron a decir que por qué la tenía escondida, que de dónde había salido esa sirena. Aunque para ellos resultara una chica de una belleza original, yo tenía los ojos vendados. Era mi prima y punto.
Por suerte, con el tiempo fui haciendo un promedio entre la tirria que mi madre le tenía y el amor que le profesaba mi papá, y empecé a reparar un poco más en ella, a ser más amable cuando nos veíamos.
No tengo fotos del aquel verano. El año anterior los dos habíamos dejado nuestra ciudad natal para ir a vivir a Córdoba, a empezar la universidad. Yo estaba cursando medicina y ella kinesiología - es que no le da la cabeza para más- sentenció mi vieja.
En aquel primer año de la universidad no nos cruzamos nunca, y como para las fiestas mis padres y yo nos fuimos de vacaciones a Mendoza, faltandome a la reunión familiar.
En enero me fui a la playa con otros cinco compañeros de la facultad. Habíamos alquilado un departamento Obre la avenida Colón de Mar del Plata, y mi padre me había prestado su coche, un Valiant 2 de color blanco. Mis nuevos amigos cordobeses me decían que, si además de la facha y del auto yo hubiera tenido labia, ellos estarían sonados. Me iba a quedar con todas las chicas.
Recuerdo que esa tarde estábamos jugando al vóley en la playa y yo me venía luciendo porque había integrado el equipo del colegio durante toda la secundaria. Por suerte perdí una pelota, y cuando me di vuelta Vi que rebotaba en el vientre chato, chatísimo, de una chica en bikini que dormía bajo el sol. Corrí a disculparme. Entonces se levantó despacio el sombrero que había dejado caer sobre los ojos y me miró.
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ojos belgas...
Kurzgeschichtenla autora de esta historia de amor imposible es la señora Ana María Bovo