hace falra que te diga...

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Un ingeniero belga le había legado los ojos y le había negado el apellido. Mi prima tenía los ojos belgas. Qué tapa de acero le había puesto a mi madre. Me moría de ganas de enteraría. Era tan Cholula de lo extranjero que un ingeniero europeo la impresionaría. Iba a mirar a la sobrina, presiosamente, con otros ojos, y yo no pasaría la vergüenza ajena tan típica de los encuentros familiares en que se le notaba tanto su desprecio por milagros.
Cómo si me hubiera leído el pensamiento, me dijo:

-Ni debe saber de mi existencia el ingeniero, pero la verdad es que le debo el favor de los ojos verdes... Si no, a pesar de todo el crochet, de todo el amor, para todo el mundo yo sería solamente una negra de mierda.
Me quedé mudo, no me salió decirle que no, que por supuesto no era así. Se me hizo un nudo en la garganta. Ella debió ver mi nuez de Adán ir y venir y entonces me apretó el hombro.
-¿Querés que paremos aquí?
Bajamos con el auto hacia la arena y estacioné de cara al mar. Me pidió un cigarro y que abriera las cervezas.
-Contame de vos- me dijo.
Estaba conmovido y no sabía bien que decir.
-Yo te envidio-  le dije-. Tu mamá... O sea, si, tu mamá mi tía Delia te quiere locamente y es buena mina.
-La tuya te adora. Te idolatra.
- Ese es el problema- le dije-. Soy más un trofeo que un hijo.
Me acarició el pelo y me dijo mirando el mar que extrañaba aquel auto que tenía mi papá cuando fuimos juntos de vacaciones a Necochea.
-El Di Tella 1500? -le pregunté.
-Si, ese coche era divino. ¿vos tenías un gorrito blanco, te acordás?
-No.
-Yo tengo la foto, la voy a buscar. Estamos los dos en una estación de servicio apoyados en el guardabarros. A mí me dolía mucho la panza y salí muy sería, pero vos estás divino, tan ridículo con 3se sombrerito... Menos mal que quedó retratado para la posteridad...

-No me acuerdo.
-Mejor. - dijo ella, y se empezó a reír y a reír.
-¿Como era el sombrerito?
No me podía contestar porque ya estaba en un espasmo de carcajadas silenciosas. Y yo no sabía qué hacer, me sentía incómodo. Teníamos diecinueve años y por primera vez estábamos solos en el coche de mi padre, en la playa oscura. Hasta que le pregunté:

-¿Tan feo era?
Se secó las lágrimas y me dijo:
-Si vos supiera en qué terminó.
Empezó a contarme que ese día de la foto, cuando bajamos del auto para cargar nafta y tomar algo, empezo a sentir un dolor en el vientre, un dolor nuevo. Fue al baño y se dió cuenta de que le había venido la temida menstruación.
En el penumbra del auto me puse rojo. Suerte que ella miraba hacia el mar .
-No encontraba el momento de llevar aparte a mi mamá para pedirle ayuda. Los vi a todos ustedes juntos sentados a la mesa del bar, y entonces tuve el impulso de ir hasta el Di Tella y manotear de la luneta trasera tu sombrerito. Fue providencial porque era de tela de toalla, y yo lo convertí en mi primer protector...
Se hizo un silencio de Ultramar...
-¿te ofendiste? - me preguntó ella- - perdoname, pero para mí siempre fue gracioso y no se lo podía contar a nadie. Es un secreto que guarde hasta ahora. Ey... Primo, ¿me perdonás?

Yo estaba mudo imaginando el lugar al que había Sido destinado. Claro que me acordaba de ese sombrero. Mi padre me lo compro un día en que íbamos a la cancha. Hacia mucho calor y el vendedor los tenía superpuestos sobre un palo de escoba. A medida que los chicos pasaban delante de él, los sumergía en el balde, los exprimía, y como muestra gratis te los encajaba en la cabeza y convencía a tu papá de que además de proteger del sol, íbamos a Vivar a nuestro equipo con la cabeza fresca. Y encima tenía el escudo bordado de nuestro equipo local. Aquella tarde, Sportivo se salvó del descenso. Mi padre y yo tomamos ese sombrero como cábala y para mí desde entonces fue sagrado. Mi madre lo odiaba porque decía que era cosa de negros.

ojos belgas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora