hace falta que te diga...

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Ensayé mil versiones de una disculpa, pero ninguna tenía consistencia. Y eso que yo iba puliendo las frases años tras año.
Por su parte, jugó su propia ajedrez para esquivarme. No vino, por suerte, al fiestón Qq ir organizó mi madre cuando me recibí de médico con medalla de oro. Pero mi tía me trajo un regalo de ella
--Dice milagros que es para que te distraigas de los  libros de medicina, que ya te merecés leer una buena novela-.
(La educación sentimental de Flaubert.)

Fue una cachetada. Yo era muy ignorante en literatura y pensé que era un manual de instrucciones para aprender a tratar a una mujer. Sin embargo, tan delicada como siempre, en la dedicatoria no había ironía ni rencor.
Después mi tía agregó lo siguiente: que mi prima no había podido venir porque el padre de su novio estaba muy delicado y como el chico era médico como yo, no quería moverse de su lado, y milagros quería acompañarlo. Otro sopapo: no sabía que estaba de novia. Encima con un médico.
Un tiempo después. (Yestaba haciendo la residencia en el hospital) me encontraba en uno de esos boxes rudimentarios donde una camilla se separa de otra corriendo una cortina. Estaba auscultando a mi paciente y de pronto en el box de al lado empecé a escuchar un llanto silencioso. Enseguida entro una colega y le preguntó a la paciente cómo se sentía. Era una paciente joven.
Dijo que estaba vomitando hacía dos días y dos noches.
Empecé a temblar. En el sonido de ese llanto y a través de los pliegues de las cortinas, reconocí su voz. La médica le dijo que la iban a dejar internada con suero, pero ella dijo que no, que prefería no internarse, que podía tomar Reliverán sublingual.
-No te podemos dejar ir con el embarazo de ocho semanas. Te hidratamos y cuando puedas empezar a tolerar liquidos, te vas.
Le pregunto si estaba con el marido o con el novio.
-No vine sola... Dijo ella.
-¿Cómo te llamás?
-Milagros.
-Ajá... ¿y algún familiar?
-No,no, viven en otra cuidad.

Quise gritarle a mi colega a través de la tela verde que nos separaba (¡yo! ¡yo soy el familiar! Su primo, su protector, su médico-.) Bastaba con correr la cortina y abrazarla y ella me perdonaría lo de aquella noche y yo le diría que iba a hacerme cargo de todo. De ella, de la criatura o de lo que decidiera hacer. Pero otra vez la dejé ir.
A partir de ese día, estuve absolutamente pendiente. Cada vez que llamaba a casa de mis padres o a lo de mis tíos preguntaba por ella con aire informal y despreocupado, propio de los vínculos familiares. Nadie mencionó que estuviera embarazada. A todo esto, yo estaba de novio con una médica pediatra. Me gustaba, la quería, y me había resignado a que uno no se casa con la mujer de su vida.
Nunca dejé de ensayar la disculpa. Elegí y descarté versos de Almendra, de Charli, de Miguel Mateos. También busque en algún bolero una letra prestada para usarla con sentido de la oportunidad y lograr así que unas líneas ajenas me sirvieran de salvoconducto. Una contraseña musical que ante sus ojos, sus ojos belgas, me devolvieran la dignidad.
Mi vieja, al fin, estuvo oportuna y nos facilito el reencuentro cuando murió de repente, de un infarto.
-Una muerte dulce- le dijo mi padre abrazando a milagros cuando vino a saludarnos-. Fue mientras dormía...

La dulce era ella, que beso a mi padre en la frente con un cariño que me estremeció. Y a mi me la hizo fácil. Se adelanto para abrazarme y puso la cabeza sobre mi hombro, como para bailar un bolero los dos bien juntos, al lado del ataúd.
-Lo siento, primo. Por vos y tu padre, de verdad lo siento...
Sentí que su mano se deslizaba con suavidad hacía el bolsillo de mi saco y pensé que querría un pañuelo, aunque me parecía raro que se pusiera a llorar después de todas las parrerías que le había hecho padecer mi madre.
-Para que veas que no soy rencorosa, te traje la foto de los dos apoyados en el Di Tella. El último día que usaste el sombrerito... -Me dijo en un tono de vos casi inaudible

ojos belgas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora