Mi prima me ganó de mano: nació una semana antes que yo. Según mi madre, lo hizo apropósito. -A esa mosca la trajo una cigüeña negra-. Dijo. La familia de mi padre no le perdonó semejante ofensa. Que fuera tan vanidosa, tan egoísta como para decir en voz alta, y llevando un hijo en su vientre, semejante infamia. Tironeando entre los dos bandos, mi padre _lo supe después_ le pidió que fuera prudente, que aunque estuviera sensible ante la inminencia de mi nacimiento hiciera el esfuerzo de no ofender a su hermana. Que la llegada de esa nena había Sido una bendición. Qué Dios lo había dispuesto de esa manera y que después de años y años esperando adoptar una criatura, se había dado esa coincidencia, y que era para celebrarlo y no para armar un escándalo.
Mi padre tenía una hermana soltera y una casada. La casada, Delia. Se había enamorado de un hombre mucho mayor. Quizá por esa diferencia de edad, o quién sabe por qué, estuvieron diez años esperando para ser padres. Y cuando ya estaban resignados, un amigo les trajo la noticia de aquella criatura que les sonó a milagro. Por esa razón la llamaron así: milagros.Me arrebató el trono que mi madre había colocado en lo más alto de sus ambiciones. Ella, una chica de barrio que se llama Pascuala pero decía llamarse Doris, le daría el médico más buen mozo y afamado de la cuidad, el más apreciado fruto de su vientre _o sea, yo__ y así me sentaría en el podio del primer hijo, el primer sobrino, el primer nieto de aquella familia (aristocrática).
Mis tías me habían tejido un ajuar profundo de color amarillo suave, como el plumón de un pollito, porque no se sabía si era nena o varón. Pero según cuenta la leyenda familiar, mi tía soltera, casi a escondidas y por un sueño premonitorio que había tenido, empezó a tejer ropa de color rosa. Porque yo me le aparecía en ese sueño como una nena.
ESTÁS LEYENDO
ojos belgas...
Short Storyla autora de esta historia de amor imposible es la señora Ana María Bovo