Realidad

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La culminación de cada acción, cada necesidad y deseo ocurrido a lo largo de los siglos finalmente encontraba su clímax en el momento en que los dos lados del espejo, el sádico y el masoquista, el necesitado y el abastecido, el odio y el amor se veían el uno al otro por primera vez. No existían más barricadas, no más mentiras que los separasen, se miraban el uno al otro y se aborrecían de la misma manera.

La elegante forma de una espinosa rosa se alzaba, protegida por lo que próximamente daría vida a más de sus congéneres, una plaga que no se detendría. Las enredaderas que salían de esta tapizaban todo aquel hoyo en la tierra, succionando la luz del exterior, embriagando con una esencia profana el lugar.

Bajo esta egocéntrica y aborrecible forma, una sonrisa, un hombre de facciones esqueléticas, más allá de lo que puede pensarse de un ser vivo, con enredaderas y raíces agudas sobresaliendo de sus costillas, vistiéndolo pobremente, todo rasgo del deliciosos liquido carmín había sido drenado muchos años atrás habiéndoselo entregado a la hija de la maldad que ahora brotaba en su pecho.

Él la hubiera destruido, hubiese evitado que aquellas horripilantes sensaciones hubiesen seguido dominándolo pero los ojos negro de aquel sujeto lo inmovilizaban, era demasiado. Ya había pasado el límite del dolor, de la locura, había sido destrozado completamente por aquella visión pero esta vez no era capaz de recomponerse.

―Que me he hecho...

Esa voz... aquellas palabras ya no sonaban ominosas, ya no venían de todas las direcciones, su dirección estaba en aquel espectro vegetal. Si, aquello que brotaba del abdomen de su más anhelado tesoro, el alma que le daría fin a tantos años de agonía, de búsqueda vacía, de constante desesperación donde el único consuelo eran las mentiras que las ilusiones que su débil y desdichadamente eran capaces de reproducir para evitar que pasase más allá del punto de quiebre.

Un sollozo fue expulsado, era compartido, tal vez hubiese salido de la rosa pero provenía de ambos, los dos que finalmente se habían reunido.

―No sabes cuánto lo siento... Me dejé llevar por mis sentimientos una vez... El momento más importante... El que te hizo nacer...

En contraste con su antagonista su sangre salía espesa, tanto que su coagulación iba más allá de lo que se debería ver en un ser vivo. Su peste aumentaba rivalizando contra el olor de la rosa que había nacido en el abismo, que se había alimentado de todo el sufrimiento de toda la tristeza, de toda la maldad de la que habían sido testigos aquellas almas destruidas.

Almas que se posaron en sus espinas, almas que encontraron una nueva vida bajo su manto, unidas, protegidas, confiadas de que nunca volverían a ser víctimas de semejante vejación y sufrimiento. Ahora, el resultado, sus últimos legados en este mundo, los hermosos refugios ante la realidad que les había arrebatado todo por un motivo más que inmoral estaban regadas por el suelo, manchada por la sangre furiosa de su victimario.

― ¿Por cuánto tiempo hemos estado en esta búsqueda?

Una risa desgastada llamó su atención, se movió ante este con las gotas negras manchando todo a su paso, marchitando todas las enredaderas y raíces que tocaba. Un ser del averno se encontraba con su otra mitad.

―De verdad lo siento tanto... La extrañé tanto que no pude resistirme... Que no pude llegar más lejos... Y me entregué a lo que sentía...

La enorme garra de la bestia se alzó, un pútrido deseo de venganza le dominó por un momento. Su rostro, aquella cabeza sin facciones se estiró como si estuviese intentando abrir su boca, pero su boca no estaba allí, parecía querer destruir su propia piel por todos los medios sin usar sus manos.

―Pero tú no lo entiendes... No podrías hacerlo... A final de cuentas estás incompleto...

Palabras que antaño le habrían hecho tanto daño, le habrían dejado una cicatriz en su interior tan grande que debería refugiarse por incontables días y noches ahora cobraban un nuevo significado. Las lágrimas pastosas no dejaban de caer, sus sentidos se debilitaban, intentaba sostenerse en sus manos pero sentía la ausencia de sus dos dedos, ahora perdidos.

¿Por qué ahora le importaba tan poco? ¿Cómo podía ser que no extrañase las manos que tan suaves pieles ha tocado y tan melódicos huesos ha atravesado? Todo era para él, si debía serlo, el mundo era un lugar hermoso ¿Por qué recluirse como lo hacía el que estaba frente a él? Eso era un sarcófago, un ataúd, un sitio donde aquellos carentes de vida debían permanecer para la eternidad.

Él no debía permanecer en ese lugar él no era aún un recuerdo para sus amadas. Podía volver, podía enmendar las cosas, podía recuperar sus corazones y sanar las heridas de su episodio. Él simplemente no quería que su episodio terminase con aquella cosa, ya no humano, tan solo un monstruo que con misteriosos motivos solo deseaba su muerte. Se lo preguntó una vez se lo preguntó miles pero nunca podía recibir una respuesta de esa cosa, no podía comprender los sonidos insoportables que no dejaban de salir de esa horrenda boca.

Con sus brazos y piernas intentó arrastrarse a la salida, una oportunidad de libertad, una salida de aquella pesadilla con la que se había dejado encantar. ¿Era miedo lo que sentía? Terror intenso, una sensación paralizante que aumentaba todo lo demás que sentía, el dolor en su piel, en sus huesos, en su soledad. Despreciaba cada segundo en que sentía su esencia vital derramarse, era demasiado doloroso.

―Tu eres solo un deseo...

Se arrastraba pero no avanzaba, no lo conseguía, no podía escapar. Esa frustrante sensación de impotencia, en la que la decisión no estaba en sus manos, en la que no podía hacer nada, en la que no podía evitar que su sangre negra recorriese los incontables brazos que con las que la flor dio vida a todos sus pecados, a todo lo que había hecho.

Negrura crecía, envenenaba el ambiente pero no lo hacía más tolerable, las espinas morían, de podrían como carne desecha, enfermaban y simplemente morían infértiles sin ser capaces de dar nueva vida. Minutos, horas, días, se nutría de su candente deseo sorbía toda la esencia de su vida, su propósito, se lo preguntó, primera pregunta ¿Cuál era su propósito?

―Tu eres mi deseo...

Larvas crecieron sobre la planta marchita, escalando lentamente, ignorando a su pobre marioneta, buscando los pétalos extendidos. No perdonaban, no recapacitaban, los sonidos de su arrastrar eran atormentadores a sus oídos, más allá del grito más desgarrador que hubiese escuchado, por sobre todas las maldiciones que pesaban sobre si alma, era el lento pero contante paso de una muerte indetenible.

No podía permitirlo, no podía simplemente rendirse. Recordó por última vez el rostro negro e hinchado de su amada, con ojos sin vida que lo invitaban a pintar sobre estos todos los anhelos que pudieron pasar por su mente, el amor tan loco que podía ser correspondido únicamente por el suyo, ser indispensable, irremplazable, deseaba volver, deseaba que todo se detuviera y, como tantas otras vidas, todo acabó con un tajo de su brazo.

Los pétalos de la rosase esparcieron por la habitación, dándole por fin un descanso eterno al ser inmortal de perpetuo pesar, el cual soltó su último suspiro con una sonrisa en sus labios.

―Y de verdad lamento haberte teni...do...

El catastrófico dolor aumentó, temblaba, agonizaba, con tensión en el suelo hasta que finalmente liberó su último suspiro, su liso rostro se abrió dejando escavar una herida similar a la de su abdomen permitiendo que un grito final escapase de su cuerpo antes de descomponerse en negrura, viendo por primera vez el panorama, observando solamente oscuridad, un deseo no cumplido, nada más que una última misión en la tierra, alguna vez noble, ahora, sin destino y lugar en el mundo.

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Hambriento DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora