IV: ¿Real?

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Un dolor, como martillazos en su cabeza.

Siempre pasaba eso cuando se quedaba dormida en el día y se despertaba en plena tarde.

Se había quedado dormida en la sala. Aún tenía en sus manos la revista que se había quedado leyendo.

Intentó estirarse pero le dolía cada musculo del cuello, los brazos y las piernas. Como si hubiera corrido un maratón. Sam tardó un poco en adaptarse a la tensión que sentía cada vez que se movía.

Ahora recordaba, había tenido un sueño muy extraño, casi tan real…

Casi…

Pero notó que llevaba puesto algo, algo que no era de ella, y que jamás había visto. Llevaba puesto en suéter gris.

Igual que el de su sueño.

¿Era posible? Debía haber una explicación lógica para eso, pensó Sam.  Definitivamente. O había visto demasiadas películas de fantasía o se había vuelto loca.

¡Ay Dioses!

Sam no sabía que creer. ¡Odín! ¡Zeus! ¡Tritón! ¡Chico percebe¡  quien fuera, que le explicara que estaba pasando.

¡Ya lo tenía!

Seguro se había quedado dormida en el sillón y luego había ocurrido un terremoto, y todos los escombros habían caído sobre ella, le habían golpeado la cabeza y estaba tan mal que soñaba en estado de coma. ¿No?

Era lo único que se le ocurrió.

Pero aún el suéter en sus manos era tan real, y sin saber muy bien porque lo apretó en sus manos y lo olió. Y fue una sensación tan cálida que cerró los ojos.

Pensó en Alex, en sus ojos azules.

Cuando lo había visto correr hacia ella se veía tan peligroso, pero en cambio cuando habían estado juntos en la cueva parecía un chico, común y corriente. Como cualquiera que se hubiera encontrado en la universidad, porque no parecía mucho mayor que ella, tendría quizá 19 o 20 años.

¿Cómo había llegado él a su alucinación?

-¡Sam!- Llamó su madre desde la cocina. – Ven ayúdame a poner la mesa.

Lo que fuera, la furia de su madre no podía esperar. Ni en sueños.

Se quitó el suéter intentando no pensar mucho en eso, ni en su dueño, y lo dejó arrugado en una esquina.

Se dirigió a la cocina y empezó a poner manteles y platos en la mesa para que pudieran cenar, pero no fue una tarea fácil, porque su perrita Magda no paraba de morderla. Lo que era muy raro, nunca se había portado así, nunca con ella.

Se fue a la cama como a las 11 de la noche, pero no importaba. Eran vacaciones de verano. Y si hubiera sido por ella, se habría quedado mas tiempo leyendo pero se sentía como si no hubiera dormido en días.

Apenas tocó la cama se quedó profundamente dormida.

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