Una loba impulsiva

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El cielo estaba despejado, caía la noche y soplaba una brisa suave y fresca que removía los rubios cabellos de ese hombre que se dirigía a su hogar. Una pequeña casa de madera, en un claro del bosque, rodeada de flores coloridas. Como cada noche esperaba encontrar a su esposa esperándole, la carne asándose al fuego, a sus hijos riendo y a su pequeño bebé en su cuna durmiendo, esperaba perderse en los azules y transparentes ojos de su amada, deleitarse con su sonrisa, recargarse de energía nueva con cada uno de sus besos.

Se acercaba la luna llena, la época del cambio, la noche del lobo. Esa luna llena sus hijos más mayores se fusionarían con la bestia por primera vez y estaban nerviosos. El licántropo sonreía al pensar en su familia, lo mejor que le había regalado su vida eterna, la sonrisa de los suyos, el amor que sentía por ellos le hacía prácticamente invencible.

Mas al acercarse a su hogar, su instinto le avisó de que algo pasaba, algo fuera de lo normal. El silencio era palpable, no había sonido de risas o de juegos, no se oía a su esposa regañando a sus traviesos hijos, no le llegaba el olor de los guisos de su esposa, estaba todo demasiado tranquilo, erizando su piel y poniéndolo en alerta.

De pronto llegó hasta él el olor tan característico del miedo y echó a correr veloz, deseando que fuese un mal sueño, que todo estuviera bien en su casa. Entró de golpe en su hogar, buscando a los suyos con la mirada. Encontró a su mujer en un rincón, abrazando a sus hijos y con la mirada cargada de terror, y no había rastro de su bebé, de su pequeñaja por ninguna parte. Iba a reunirse con su esposa cuando una voz que le heló la sangre en las venas se escuchó a sus espaldas.

-Por fin te encontré, Griffin.

-Nia...

Se giró lentamente y frente a él, la asesina de lobos más despiadada y cruel, con una sonrisa sádica en su rostro y en sus brazos llevaba a su bebé.

-Suelta a mi hija, Nia, solo es un bebé

-Un bebé muy apetitoso, si te portas bien Griffin, a tu pequeña no le pasará nada

Una vez dicho eso, entraron a la cabaña los hombres de Nia, rodeando al licántropo y reduciéndolo con facilidad, mientras la vampiresa jugaba con la pequeña de ojos aguamarina y cabellos rubios, que no tenía más que un año de edad.

-¿Cómo se llama el cachorrito?

-Se llama Clarke, por favor a mí ya me tienes, deja a mi familia Nia, ellos no tienen nada que ver en esta guerra

-Te has portado bien lobo, como prometí a tu pequeña hija no le pasará nada, no hoy.

Dicho eso, Nia dejó a la pequeña Clarke en su cunita, donde empezó a llorar desconsolada, mientras, con una sonrisa en los labios, asesinaba lentamente a toda la familia, a todos menos a una, a todos menos a Clarke, que seguía llorando desconsolada llamando a su madre. Cuando hubo acabado con todos, se dirigió a la pequeña con crueldad.

-Pequeña Griffin, si algún día nos volvemos a encontrar, también terminaré con tu vida.

La pequeña Clarke sollozaba mientras Nia y sus hombres abandonaban el lugar, dejándola sola y desamparada.

La pequeña se escapó como pudo de su cuna y, medio a rastras medio corriendo buscó a su madre, llamándola aunque esta no podía volver a contestarle, a consolarle.

-Mami...Mami...Mamá...

Lexa se despertó de un salto, con la frente perlada de sudor frío. Hacía ya tiempo que cada noche soñaba con ese horrible momento en la vida de la joven loba y cada vez que despertaba se sentía mucho más culpable.

De pronto se dio cuenta de que no estaba sola, Clarke estaba a su lado y su brazo la estaba aprisionando al lecho, se había dormido abrazándola.

La joven loba al notar como Lexa se movía incómoda, abrió perezosamente los ojos y la miró con una mirada cargada de sueño.

Hijos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora