Una raza inmortal

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Habían pasado cerca de dos meses desde que Nia fue sometida y murió en manos de su propia hija, proclamándose esta reina de los vampiros en funciones, a pesar de que no se había celebrado ninguna ceremonia de coronación.

El caos originado por la batalla entre lobos y vampiros acrecentó la necesidad de que estos últimos tuvieran un líder fuerte que pudiese lidiar con los disturbios originados, traer calma al pánico entre la población y dejarlo todo en orden una vez más.

Durante ese tiempo, Clarke había quedado relegada a un segundo plano, ya que su amada estaba ocupada arreglando los desperfectos materiales y morales que había originado dicho enfrentamiento, y apenas tenía tiempo para la loba. La rubia se maravillaba observando a la vampiresa ejercer su cargo con tanta naturalidad, se veía desde lejos que había nacido para ser reina, lo llevaba en su interior y desempeñaba su papel con una desenvoltura envidiable.

Clarke no estaba acostumbrada a la compleja jerarquía de los vampiros, a su modo tan organizado y minucioso de arreglar todo tipo de problemas, era un mundo completamente nuevo para ella al que no estaba acostumbrada y que la maravillaba por completo.

Se preguntaba en qué lugar quedaba ella en todo ese entramado de cargos, funciones y consejos, puesto que no había tenido tiempo de hablar con Lexa de la su nueva situación, de ponerle nombre a lo que tenían. Solo sabía que era amor y eso le bastaba, lo que sentía le bastaba mas no sabía cuánto iba a soportar no poder compartir con Lexa su tiempo, al verse esta absorbida por sus mil obligaciones.

Habiendo caído la noche, los vampiros se retiraron mientras la loba paseaba errante y pensativa por las afueras de la ciudadela, agobiada por estar tanto tiempo encerrada entre esos muros y lejos de los suyos, ya que los lobos se habían marchado para no provocar una masacre. Miraba distraída un punto incierto en el horizonte cuando notó un tenue abrazo desde su espalda y el olor de Lexa la golpeó haciéndole sonreír. Su castaña estaba ahí con ella y estaba en paz. Se dejó abrazar tiernamente mientras ambas contemplaban los anaranjados colores del amanecer en silencio, amándose y permitiéndose un momento de paz y tranquilidad entre el caos que reinaba en su vida.

-Te he echado de menos.

-No me fui a ninguna parte, he estado a tu lado en todo momento

-Lo sé, pero con tanta locura no he tenido tiempo para estar realmente contigo y lo he extrañado.

-Yo también lo he extrañado vampirita, aunque tengo que reconocer que estás bellísima ejerciendo de soberana todo poderosa

Lexa se echó a reír ante el comentario de la loba, haciendo que Clarke se girase para mirarla directamente a los ojos y deleitarse con su sonrisa. Atrapó sus labios y la besó, tiernamente al principio aunque se fue tornando un beso sediento, apasionado y ardiente, provocando que la loba gimiese de pura excitación.

La castaña rompió el beso ante la frustración de Clarke y, pegando su frente en el cuello de esta, le susurró con voz vacilante y algo tímida.

-Clarke quiero que me ayudes a gobernar, que subas al trono conmigo.

-No puedo hacer eso, no me corresponde a mí ser reina de tu raza

-Fuimos escogidas para unir ambas razas, vampiros y licántropos han de ser uno al igual que tú y yo somos una, se reina conmigo.

-¿Cómo pretendes subirme al trono sin que te salte encima todo tu pueblo?

-Casándonos, si te casa conmigo el trono será también tuyo por derecho.

Esa respuesta dejó a Clarke completamente congelada, Lexa le estaba pidiendo matrimonio, no de la forma más romántica sin duda pero le estaba pidiendo unirse eternamente a ella, con un lazo irrompible, inquebrantable. Por un momento no supo que responder.

Hijos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora