P r o l o g o.

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Extracto del capítulo 12.

[...]

Siguiendo el consejo de Cristina, salí de los laboratorios de TG para visitar a la dolida Sarah en su casa. Todavía recordaba donde vivía, después de todo ya había ido muchas veces antes. No me sería una sorpresa que la encontrara en un cuarto oscuro con una botella de vino en la mano (ojalá eso hubiera pasado). Tiene razones para estar deprimida, y todas ellas eran mi culpa: su hija se embarazo accidentalmente en una fiesta y después huyo de casa con un hombre que no conoce bien, después la despedí de su puesto en mi sección del laboratorio.

Todavía tenía una copia de las llaves de su casa, así que cuando ella no me abrió por más que golpeaba la puerta y tocaba el timbre, decidí usarla. Abrí la puerta, descubriendo una sucia sala oscura, con botellas de vino y sopas instantáneas casi sin terminar cubiertas de moho regadas por todo el suelo. Esquivando la basura, busque a Sarah por toda la sala sin encontrar resultados, así que decidí subir al siguiente piso, donde, como podía recordar, estaba su habitación.
—¡Sarah! —grité, y no recibí respuesta por más que hablara—. Hice cosas muy malas, lo sé. Pero no tienes que arruinar tu vida de esta manera.
Continué diciendo las razones por las que no debería de actuar de esa manera tan imprudente, nunca recibiendo respuestas; hasta que llegue a la puerta de su habitación, en esos momentos comenzaba a sospechar que ni siquiera se encontraba en su casa. Pero entonces decidí tocar la puerta, esta se abrió al momento en que la golpeé con los nudillos, chirriando y abriendo una pequeña brecha que dejaba ver la misma suciedad que en la sala, pero además se alcanzan a ver una televisión encendida en un canal de estática.
—¿Sarah? —pregunté. Debido a mi curiosidad, abrí la puerta por completo, solo para encontrarme con la imagen que marcaría un gran punto en la historia de mi vida—. Sarah...
Tanto tiempo que estuvo deprimida y nunca sospeché (o nunca quise pensar por miedo a sentirme mal conmigo mismo) que ella llegaría a hacer algo como eso. Encontré a Sarah con una soga atada al cuello y los pies colgando. Sus ojos sin vida me miraban, culpándome por lo que la había obligado a hacerse.
—No —se lo dije, aunque realmente fue a mi mismo—, no, no me culpes por esto. Tú te hiciste esto, no tenías... No tenías porque tomarte las cosas así. Eres débil..., eres débil.
Por más que intentara convencerme de que no era mi culpa, debía aceptarlo.
Volví a mirar su cuerpo sin vida, encontrando una carta de suicidio que asomaba por el bolsillo de su chaqueta. La toma, pues sabía que esa carta delataba todo lo que yo había hecho [...]

Estas son las cosas que leerán a lo largo de toda la novela. Situaciones mucho más emocionales, nostálgicas y melancolías.

Memorias mecánicas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora