3. Las niñas asesinadas.

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NOTA:
Esta va a ser la última nota que deje en un capítulo.
Solo para avisarles que este capítulo intercala entre dos tipos de narradores (protagonista y Omnisciente). Es la última vez que doy un aviso como este, después deberán entenderlo.

1

Algunas veces es extasís, otras veces es diamorfina. Pero ninguna se compara con la metanfetamina, es el mejor estupefaciente del mercado y el más fácil de consumir. Se puede inhalar, inyectar, tragar y fumar; dependiendo de lo que tengas más ganas. En lo personal, cuando se trata de una dosis inyectada, me gusta combinarlo con la diamorfina, pero lo más práctico es romper el cristal hasta hacerlo polvo, y después inhalarlo. Cualquiera que sea la forma, el placer es inmediato.
Puse lo ultimo que me quedaba de mi metanfetamina cristalizada junto con la gelatinosa diamorfina dentro de lo hondo de una cuchara. Pasé el fuego de un encendedor por debajo de la cuchara, y esto provocó que ambos estupefacientes se derritieran en un líquido de euforia y olvido. Llené una jeringuilla de este líquido a su máxima capacidad. Apreté un cinturón en mi brazo izquierdo, cuando vi una vena hinchada, inyecté la jeringuilla y descargué todo el contenido en mi sangre. La euforia invadió mi cuerpo inmediatamente. Una sensación que estimula y relaja mi cerebro. Una helada, pero satisfactoria corriente recorrió mis venas.
Me acuesto sobre el sucio colchón que tengo por cama y dejo que la droga haga el trabajo.
Una pequeña fuerza me elevó poco a poco hasta el techo de mi casa, es algo muy relajante, como un arrullo que parece durar poco tiempo. Pero, cuando los efectos de la droga son menos fuertes, me doy cuenta que en realidad han pasado horas cuando creía haber estado unos cuantos minutos.
Despierto en la misma posición en la que estuve durante cinco horas, tiempo qué pasó volando. Por alguna razón, siempre despierto antes de tocar el techo, en realidad, la primera vez me dio miedo pensar que me aplastaría contra la pared.
Mientras tallo mis ojos con el dorso de las manos, el sonido del timbre de la puerta me hace sobresaltarme, porque los oídos me quedan muy sensibles después de una buena dosis. Caminé desde mi habitación hasta la puerta, evitando tropezarme con las botellas de alcohol que están regadas por el piso, y abro la puerta.
Una muchacha joven es a quien recibo. Tiene el cabello teñido en negro y una vestimenta completamente negra también; usaba una blusa con el estampado de una banda de rock muy antigua llamada «Kiss», muy exitosa en sus tiempos; lleva unos shorts pequeños con cadenas colgando a los lados de las caderas; unas medias altas que se ajustan en el muslo, lugar exacto para dejar un pequeño espacio de piel entre el short y las medias; usaba unos guantes parecidos a los que se usan en los funerales y, finalmente, tiene unas botas femeninas de motociclista. Llevaba consigo una maleta decorada con calcomanías de diferentes tipos, quizá alguna vez se miró bien, pero con el paso del tiempo las calcomanías se estaban haciendo feas y se despegaban de los bordes por la suciedad. Su cara era linda, aunque podría serlo más. Tenia unos ojos azul claro, arruinados por las feas ojeras que se le habían formado debajo de los párpados inferiores, parecidas a las mías. La droga también había arruinado a esta chica en aspecto.
—¿Eres Stephen? —preguntó la chica con aspecto de metalera. Leyó una nota de un papel y continúa—: Stephen Howl, ¿cierto?
—Así es.
La chica pasa su maleta para enfrente y comienza a hurgar en una de las bolsas. Saco tres bolsas de plástico pequeñas de la maleta.
En seguida recordé que hace unas semanas antes había encargado treinta gramos de metanfetamina, diamorfina y algo de extasís.
—El dinero... —dijo, extendiendo la mano a la espera de mi dinero.
—¿Que pasó con Linn? —pregunte—. Ella era quien me traía los encargos.
Ella retira la mano y suspira pesadamente.
—La mataron hace unos días —comentó—. Un cliente sin dinero quiso robarle el encargo, pero Linn no se dejaba. Entre el forcejeo, el tipo sacó una navaja y se la enterró en el cuello.
Escuche su historia boquiabierto. Sasha Linn siempre me había traído mis drogas, ya sabía cuales eran mis preferencias, creo que llegamos a ser amigos. Era una chica casi de mi edad. Ella no consumía su producto, estaba tan limpia como cualquier ciudadano decente, pero su situación económica la obligaba a tomar las rutas equivocadas.
—Eso es horrible.
—Muy triste... —La chica de negro volvió a extender la mano—. El dinero.
Saque la cartera de mi pantalón y busque el dinero.
—¿Y qué pasó con el sujeto que robó el encargo? —pregunté mientras hurgaba dentro de mi cartera.
La chica sonrió cuando escuchó mi pregunta.
—Él sabía que Big Micke no se quedaría de brazos cruzados cuando supiera lo qué pasó —hizo una pequeña pausa que me dejó por unos momentos en suspenso—. Se metió toda la droga que pudo, y murió por sobredosis.
—Ya veo —baje la mirada. Linn era una chica muy linda. No se merece lo que le paso— ¿entonces tú me entregarás los encargos de ahora en adelante?
—Si. Ahora yo me ocuparé de su territorio.
Ladeé la cabeza, confundido.
—¿Yo estaba en su territorio? Siempre creí que ella me entregaba los encargos porque nos llevábamos bien...
La chica sofocó una risa con su mano.
—El jefe nos pide ser amables con los clientes frecuentes —explicó—, cosa de que sigan comprando.
—¿Entonces era solo compromiso?
Ella desvió la mirada, pensativa. Después de un rato de pensar, dijo...

Memorias mecánicas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora