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Después de toda una larga semana, Tempus Green seguía sin abrir sus puertas. Los residuos del reactivo, en dos horas, habían llenado todos los laboratorios, y los expertos tenían que limpiar cada centímetro con una variación mejorada del SBMOF-1 (cristal nanoporoso, usado para limpiar desechos nucleares y otros materiales peligroso).
Muchos de los científicos aún podían disfrutar de sus supuestas vacaciones, y yo no era la excepción. Estuve la mayor parte del tiempo yendo de visita a la casa de Sara, lugar donde siempre era bienvenido por ambas residentes. Ellas, por fortuna mía, no insistieron con ir a conocer mi casa (seguramente tardaría días en quitar el olor a azufre de las paredes y colchas), pues siempre las invitaba a un restaurante o a ver una película, siempre tratando de eludir el tema. Pero sabía que algún día no podría negarme más, no después de que Sara me invitara tantas veces a su casa; así que decidí limpiar a profundidad mi casa por primera vez en cinco años. Primero tuve que limpiar superficialmente, tirando las latas, cajas, jeringas y demás basura regada por todas partes del suelo; luego contraté a unos profesionales para que limpiaran alfombras y cortinas; por último, compré un colchón nuevo, ya que el viejo estaba demasiado sucio y desgastado como para limpiarlo sin más. Remodelar mi casa me había costado, ademas de dinero, doce horas de mi miserable vida. Fue bueno conocer a Sara después de todo. Ella me dio la motivación suficiente como para limpiar el basurero en el que vivía y, mucho más importante, ya no veía necesario inyectarme sustancias con una jeringa o inhalar una buena dosis de polvo para mantenerme activo todo el día. Finalmente, podía ser una de esas personas a las que tanto envidiaba durante mucho tiempo, aquellas que se levantan todos los días de la mañana y pueden decir con una sonrisa en el rostro: «Otro día mas, vamos allá».
Todavía tenía la idea de seguir pasando el tiempo libre con Sara y Lou, siempre y cuando ellas estuvieran de acuerdo, tampoco quería ser muy empalagoso con ellas, aunque realmente parecían apreciar mi compañía (o solo era ilusión mía, quizá). Cada día, tenía la esperanza de poder confesarle mis sentimientos a Sara y que ella correspondiera a ellos; mientras que a Lou ya le tenía un cariño muy especial, como el de un tutor a su aprendiz, pues a ella le gustaba aprender de mí y a mi me gustaba enseñarle. Incluso la acompañe a esa graduación a la que me había invitado como su acompañante.
Después de hablar durante media hora por teléfono con Sara sobre nuestra próxima reunión, quedamos en ir al parque Butovskiy ese mismo día para hacer un picnic. Ahí mismo yo le confesaría todo lo que sentía a Sara. Sin embargo, muy repentinamente, una llamada volvería a reunir a todo el equipo de la sección D-032. Fue Luka White quien nos llamó a Sara, Cristina, Georg y a mí para reunirnos a las afueras de los laboratorios de Tempus Green y discutir a lo que él denominó «asuntos laborales».
Cristina, que se veía completamente diferente con un vestido rojo, maquillaje y el cabello arreglado, fue la primera en llegar al punto de reunión; luego llegue yo, y los demás poco más tardes. Se me fue el aire en cuanto vi a Cristina con ese vestido que yo, como fanático de la moda clásica, podía identificar era del mismo estilo de cómo se usaban en los años 50s.
Cuando la mirada de Sara y la mía se cruzaron, nos echamos a reír porque ambos sabíamos que acababan de arruinarnos nuestro día de picnic. Georg se extrañó de nuestra repentina conexión, pues hizo una mueca insólita en cuanto nos vio muy juntos. E incluso Cristina nos miró con un sutil desconcierto.
Todos estábamos reunidos.
—Ya están todos —dijo Luka—, ¿verdad?
—Sí —contestó Georg—, somos los únicos que trabajan con la máquina de memorias.
—Entonces ya puedo comenzar —anunció Luka con una amplia sonrisa—. Verán, probablemente, la limpieza de Tempus Green nos lleve algunas semanas más. Así que voy a necesitar que sigan cumpliendo los pedidos de la gente. La mayoría ya pagó la cuota.
—¿Sin el laboratorio? —preguntó Sara—. ¿Donde citaremos a los clientes?
—En sus casas —respondió Luka, levantando el maletín que tenía frente a sus pies todo el tiempo, pero que nadie había notado antes—. La volvimos portátil solo para ustedes, amigos míos.
—Excelente —exclamé—. Nosotros trabajaremos mientras los demás disfrutan de sus vacaciones.
Luka volvió a dejar el maletín en el suelo.
—Les conviene —explicó—. ¿Cuánto ganan en los laboratorios? ¿80,000? ¿100,000 rublos al mes? —El aceptó nuestro silencio como una respuesta afirmativa—. Como sabrán, cada cliente paga 100,000 por nuestro tratamiento. Anteriormente, el dinero iba directamente al fondo de Tempus Green. Sin embargo, este trabajo que les ofrezco es externo a las instalaciones.
Todos nos miramos unos a otros, pues estábamos seguros de adonde quería llegar Luka White con sus insinuaciones. Obviamente, el dinero extra nunca venía mal, por lo que decidimos seguir escuchándolo.
—Si ustedes aceptan —continuo Luka—, ganarían el 70% de cada cliente. Es decir, 70,000 rublos al día.
Luka, en lugar de extender la mano y efectuar el trato, dejó el maletín frente a nosotros y dio unos pasos hacia atrás con su peculiar sonrisa. Nosotros, una vez más, nos miramos entre nosotros, pero esta vez nadie parecía seguro de estar de acuerdo con la decisión de los demás.
Entre toda nuestra incertidumbre, Cristina dio un paso al frente y expuso:
—Yo no necesitó el dinero. Pero no me molesta trabajar; o, más bien, no me gusta no trabajar.
Sinceramente, el dinero no era ningún problema para mi. Estaba conforme con lo que se me pagaba al mes, hasta había ahorrado lo suficiente como para vivir tranquilamente durante varios años sin trabajar. Pero, justo antes de poder negarme, Sara da un paso al frente y acepta la oferta. Entonces yo, con la intención de pasar más tiempo con ella, fui el siguiente en aceptar. Después Georg, quien se excusó diciendo que quería comprarle algo lindo a su esposa. Y Luka, totalmente satisfecho, dejó el maletín en el suelo y se fue.
Sara tomó el maletín y lo abrió con cuidado, descubriendo que era la máquina de memorias, pero del tamaño suficiente como para encajar perfectamente en él área del maletín. También estaba la tableta de Cristina.
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Memorias mecánicas.
Science FictionUn laboratorio en Podolsk, Rusia, ha logrado crear una máquina capaz de alterar o, en su defecto, borrar los recuerdos de las personas. Personas que han cometido actos abominables y se arrepienten de ellos, acuden a los científicos que trabajan en e...