Prólogo

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Prólogo.

La maldad del ser humano.

Existe una leyenda tan antigua que fue olvidada por el tiempo y llevada por el viento. Esta dice:

El ser humanos posee un corazón oscuro que solo el mismo puede transformar en rutilante, puede tomar tiempo y dolor ser uno o el otro pero la elección de ser transformado de uno a otro es del dueño del alma.

El general rojo no había dormido desde hace días, solo podía pensar en su hija y su esposa, las extrañaba y estaba cansado de estar en aquella misión en la que había perdido ya varios hombres. Se levantó de su litera tan dura como el hierro que estaba debajo y fue a lavarse la cara, ya se había afeitado dos horas antes y se echó en la litera con la esperanza de poder descansar un poco. Se miró al espejo y noto sus ojeras, lo hacían lucir más viejo, apenas había entrado a los cuarenta y ya parecía un viejo, pensó; "Este trabajo me matara" cerró sus ojos unos segundos y recordó a su familia, esta vez se dijo a sí mismo que esta sería su última misión.

Salio de la pequeña carpa que apenas constaba de una cama y un espejo. El sol dio de lleno contra su rostro y tuvo que cerrar sus ojos y arrugar sus facciones por la molestia. Empezó a caminar hacia la carpa donde se encontraban los demás generales e ignoró a todos los soldados que se detenían a saludarlo. Mientras caminaba recordó porque los ignoraba. En específico cada soldado que allí se encontraba fue seleccionado por dos razones, disfrutaban matar y lo hacían muy bien. EL general fue seleccionado por una sola razón, era el mejor en eliminar objetivos pero no lo disfrutaba.

Llegó a la carpa y un bullicio lo recibió, dentro de esta se había una mesa con un castillo miniatura hecho de cristal que está a 3,2 kilómetros de su ubicación actual donde se encontraban las armas letales llamadas "Las bestias", a la derecha se encontraban varios computadores siendo controlados por algunos soldados que no levantaban sus rostros en ningún momento observando las imágenes vía satélite dirigidas a cada rincón posible y observable del castillo. Los generales de su mismo rango lo vieron entrar y dejaron lo que hacían y se levantaron de sus sillas de madera y lo miraron hasta que se sentó y estos hicieron lo mismo.

El general Ademaro era conocido por nunca perder una batalla, era viejo pero fornido, pasado los cincuenta, era calvo y nunca se quitaba la gorra por esta razón. Tal vez uno de los hombres mas despiadados de la habitación aunque no se podría diferenciar de Eberhard, tenía la cabeza rapada y siempre evitaba usar la gorra, se refería a esta como una sombrilla innecesaria, era joven, de unos 45 años de edad, era más bajo que los demás pero igual de fornido.

Ademaro levantó su mano y tomó su gorra, la movió un poco y la dejó en su lugar, empezó a reír y hablar de todas las atrocidades que haría cuando consiguieron entrar al castillo, por supuesto Eberhard le siguió el juego con mucho gusto y así fue durante varias horas como el general rojo se quedó allí sentado ignorando lo que sus camaradas frustrados y enfermos hablaban, hasta que un soldado entró a la carpa todo sudoroso y sucio de tierra, no podía respirar e intentaba recobrar el aliento, dijo:

-Permiso para hablar general.

Ademaro curioso fue quien respondió y se levantó de la silla y dijo:

-Puede hablar soldado.

-Hemos perdido a los hombres de la expedición, no se puede entrar al castillo ni por el subsuelo ni por aire, señor.

Eberhard se levantó de su silla y dijo al soldado:

-¿Cómo es que estas vivo?

El soldado guardó silencio y Ademaro empezó a reír, no era extraño en el escuchar esa risa ronca cuando tenia planeado matar. Camino con pasos lentos hacia el chico que tenía la mirada en el suelo y su miedo era más que notable. El general se coloco al lado de el soldado y lo abrazó de costado, le dio una gran sonrisa y dijo:

División De Almas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora