Capítulo 6 NADA ES LO QUE PARECE (Frankie Stein)

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Viveka llamó a la puerta del laboratorio.
 -¡Apúrense! ¡Vamos a llegar tarde!
 -¡Ya voy! -respondió Frankie, al igual que las cuatro veces anteriores. Pero lo que en realidad quería decir era: <<La prisas no son buenas consejeras si buscas la perfección>>.
 Porque el modelito que estaba preparando para las fashionratas era, en efecto, la perfección. O lo sería muy pronto, en cuanto eligiera unas gafas de sol.
 -¿Les gustan las blancas? -se colocó una montura extragrande de plástico y adoptó una pose con la mano en la cadera y la barbilla hacia afuera-. ¿O las verdes?
 Un volcán de ropa en plena erupción cubría el suelo, dificultando que Frankie pudiese desplazarse y efectuar giros frente a las ratas blancas de laboratorio. sobre todo con las supercuñas de tono rosa metálico.
 Pero las ratas captaron la idea sin necesidad de gran alharaca. Después de todo, llevaban colaborando las últimas tres horas, y, hasta el momento, habían hecho un papel más que aceptable. Rascando una vez para indicar <<sí>> y dos veces para decir <<no>>, habían elegido el top de tirantes a rayas blancas y negras y la minifalda de flores. La mezcla de estampados era de lo más fashion.
 -¿
Blancas o verdes? -insistió Frankie.
 Tres ratas exhaustas yacían amontonadas. Sin embargo, las dos restantes rascaron una vez a favor de las gafas blancas. Una elección acertada, ya que las verdes no resaltaban precisamente sobre el cutis de Frankie, y pasar inadvertida era lo último que deseaba en su primer día en el instituto de normis. 
 Se recogió el pelo en una coleta alta y oscilante, se aplicó brillo en sus labio carnosos y frotó una muestra de revista de Sensuous, el perfume de Estée Lauder, en los tornillos del cuello. Porque, como decía el ejemplar: <<cada mujer lo lleva a su manera>>.
 -¡Deséenme suerte, ratitas! -besó la jaula de cristal, dejando la huella de unos labios rosa brillante.
 Las otras dos ratas se desplomaron sobre el montón de pelaje salpicado en purpurina.
 Sus padres se encontraban de pie en la cocina, junto a la isla de acero inoxidable, alternando mordiscos del mismo pan y bebiendo café a gran velocidad, lo que obviamente hacían a modo de entrenamiento, para aparentar que eran normales, Porque, al igual que Frankie, recargaban sus respectivas baterías y no necesitaban comer.
 La vivienda en forma de <<L>>, con sus pronunciadas aristas y su tendencia minimalista al color blanco, desprendía el olor eléctrico a tostadas quemadas y el olor a amoniaco propio de la eficacia. La luz matinal se aproximaba a las ventanas esmeriladas en busca de un resquicio por donde entrar.
 El ambiente era el de siempre, pero, al mismo tiempo, resultaba muy distinto. Vivo. Alegre. Electrizante. Y es que, por primera vez en su vida, Frankie tenía autorización para salir de la casa.
 -¡No vas a ir a ningún lado vestida así! -Viktor golpeó su tazón blanco de café sobre el periódico abierto.
 -Frankie, ¿Dónde está el traje de pantalón? -Viveka se dirigió a su hija. El maquillaje de su madre, el vestido gris de cuello de tortuga, los leggings negros y las botas por encima de las rodillas habían adquirido un nuevo significado ahora que Frankie conocía la verdad.
 -¿Por qué no llevas tu F&F? -bramó Viktor.
 -¡Ve de verde! -exhortó Frankie, al estilo de las revistas-. Es uno de los mensajes más importante de nuestro tiempo. Además, estoy orgullosa de quién soy y de cómo me hiciste. Y si a la gente no le gusto por no ser normi es su problema, no el mío.
 -De ninguna manera vas a salir de casa así -Viktor se mantuvo firme-, con los tornillos y las costuras al aire. Ni hablar.
 -¡Papá! -las yemas de los dedos de Frankie echaban chispas-. Los trajes de pantalón no se usan -pateó la moqueta blanca con su plataforma. Lamentablemente, el mullido tejido amortiguó su frustración y no acertó a expresar la urgencia de Frankie.
 -Tu padre tiene razón -intervino Viveka.
 Frankie lanzó una mirada asesina a sus padres, del color de la masa de galletas, al tiempo que respiraba al ritmo condescendiente de la obstinación recíproca.
 -Ve a cambiarte -exigió Viktor-, antes de que se nos haga tarde.
 Frankie se marchó a su habitación dando pisotones. Segundos después, emergió con una bufanda marrón y brazaletes de cuero, pero solo porque Teen Vogue los había aprobado como accesorio fundamental para el otoño. Esbozó una sonrisa insolente.
 -Ya está. Las costuras y los tornillos no se ven. ¿Nos vamos?
 Viveka y Viktor intercambiaron una mirada y luego se encaminaron a la puerta lateral que conectaba con el garaje. Frankie los siguió con su conjunto superfabuloso y su sonrisa triunfal. A toda velocidad, iba en camino de convertirse en una chica de fábula.
 Biiip. Las puertas del todoterreno Volvo de color negro se abrieron. 
 -¿Y si llevamos a Mutt? -sugirió, acariciando un recuerdo implantado de un viaje familiar a Silver Falls y deseando experimentarlo en la vida real.
 -Creo que deberíamos llevar algo menos llamativo -insistió Viktor.
 -Pero, papá, tunear los choches está de supermoda -explicó Frankie-. Y Mutt es la cocheficación del tuneo. A la gente del instituto le va a encantar.
 -¡Cocheficación no es una palabra, Frankie! -amonestó su padre con tono severo-. Y ya hemos terminado de negociar.
 El trayecto hasta el instituto fue interminablemente aburrido. Los árboles, los coches, las casas e incluso los normis que vio al otro lado de las ventanillas tintadas no resultaban diferentes en la vida real a los de sus recuerdos simulados.
 La gran emoción consistiría en respirar aire puro. Pero las ventanillas abiertas estaban estrictamente prohibidas, ya que no se había aplicado una capa de F&F. Así que lo de la respiración tendría que esperar.
 Tras un trayecto de dos horas, por fin el Volvo negro llegó a Mount Hood High. Frankie no daba crédito a que no hubiera un instituto más cercano, pero no atrevió a decir palabra. Sus padres ya estaban bastante enfadados, y temía que otra discrepancia con ellos la devolviera a casa.
 Sin apenas molestarse en contemplar la espectacular montaña que dominaba el paisaje, o las hojas de tonalidades rojas y amarillas que se desprendían de sus árboles y flotaban a la deriva, Frankie se bajó del coche y, por primera vez, disfrutó del aire libre. Limpio, fresco y sin formol, desprendía el aroma del agua de matinal al caer sobre cuenco lleno de tierra. Se quitó las gafas de montura blanca y levantó su rostro verde en dirección al cielo. El sol, ahora sin filtros, le envolvió la piel y le calentó. Los ojos se le humedecieron por la luz deslumbradora. ¿O era sólo alegría?
 Igual daba que Frankie no supiera adónde ir. O que nunca antes se hubiera arriesgado a alejarse de sus padres. Éstos le habían proporcionado tantos conocimientos, tanta seguridad, que no dudaba de que acabaría encontrando el camino. Y disfrutaría con ello.
 Resultaba extraño ver el recinto del instituto desierto, con tan pocos coches en el estacionamiento. Estuvo tentada a preguntar a sus padres dónde estaba todo el mundo, aunque decidió abstenerse. No fueran a pensar que no estaba preparada.
 -¿Estás segura de que no te quieres poner el maquillaje? -preguntó Viveka, sacando la cabeza por la ventanilla del pasajero.
 -Convencida -declaró Frankie. El sol en los brazos le proporcionaba más energía que Carmen Electra-. Nos vemos después de clases -esbozó una sonrisa y les lanzó un beso al aire antes de que sucumbieran a la crisis emocional del nido vacío-. Buena suerte en su primer día de trabajo.
 -Gracias -respondieron. Al unísono, claro.
 Frankie se encaminó con paso tranquilo hacia las puertas de entrada, olfateando como si estuviera en un bufet al aire libre en el que se pudiera respirar a voluntad. Notaba que sus padres la seguían con la mirada mientras atravesaba el estacionamiento vacío, pero se negó a volver la vista atrás. A partir de ese momento, trataba de avanzar hacia delante. 
 Subió los once escalones amplios que conducían a la entrada, disfrutando el leve hormigueo de dolor que el autentico ejercicio provocaba en sus piernas. Sentirlo era muy distinto a conocer su existencia.
 Tras una breve pausa para recobrar el aliento, Frankie alargó la mano para agarrar el picaporte y...
 -¡Pum! -la puerta la golpeó en la mejilla. Con los tornillos echando chispas, extendió una mano sobre el dolorido semblante y agachó la cabeza.
 -¡Ay, no! ¿Está bien? -preguntó un grupito de chicas  en diferentes tonos de voz. Se apiñaron alrededor como el horizonte urbano de Nueva York. Una mezcla de perfumes ahuyentó el aire fresco que tanto agradaba a Frankie y el aroma afrutado le provocó náuseas. 
 -Fue sin querer -explicó una de las chicas mientras le acariciaba la coleta, recogida en lo alto-. No te vimos. ¿Tienes problemas de vista?
 El amistoso gesto proporcionó a Frankie una sensación más cálida que el mismo sol. ¡Las normis eran simpáticas!
 -Estoy bien -sonrió y levantó la cabeza-. Solo fue el susto, ya sabes.
 -Pero ¿qué...? ¿Qué es esto? -una rubia con uniforme de animadora amarillo y verde dio un paso atrás.
 -O te mareaste tremendamente en el coche o... tienes la piel... ¡verde! -observó otra rubia.
 -¿Es una broma? -preguntó una tercera, retrocediendo por si las moscas.
 -No, el color menta es de verdad -Frankie sonrió modestamente y tendió una mano para estrecharla en señal de amistad. El puño de la manga se retiró hacia atrás y dejó al descubierto la muñeca rodeada de costuras, pero a Frankie le dio igual. Así era ella. Con sus tornillos y todo lo demás-. Soy nueva, me llamo Frankie y vengo de...
 -¿Una fábrica de peluches? -preguntó una de las chicas, alejándose poco a poco.
 -¡Es un monstruo! -chilló la única morena. Se sacó un celular del sostén, marcó el 911 de emergencias y salió disparada hacia el vestíbulo del instituto.
 -¡Aaaaaah! -gritaron las demás, contorsionando sus extremidades como si las estuvieran plegadas de bichos.
 -¡Te dije que entrenar los domingos traía mala suerte! -gimoteó una del grupo.
 Las chicas regresaron despavoridas al interior del edificio y, a toda velocidad, empezaron a amontonar sillas tras las puertas, arrastrándolas por el suelo con gran estruendo.
 <<¿Domingo?>>
 Un escándalo de sirenas llegó desde la distancia. El Volvo negro frenó al pie de los escalones con un chirrido de llantas y Viktor se bajó de un salto.
 -¡Deprisa! -gritó Viveka desde la ventanilla abierta.
 Con la mente en blanco y el cuerpo paralizado, Frankie observó que su padre corría hacia ella.
 -¡Larguémonos de aquí! -vociferó él.
 Las sirenas se aproximaban.
 -Quería enseñarte una lección -masculló Viktor al tiempo que levantaba en lo alto a su hija y la trasladaba a lugar seguro-, pero no debería haber permitido que llegara tan lejos.
 Frankie rompió a llorar mientras su padre abandonaba el estacionamiento a toda velocidad y giraba por Balsam Avenue con la rueda chirriando. El Volvo se fundió con el tráfico en el mismo momento en el que un conjunto de patrullas se detenían junto al instituto y lo rodeaban.
 -¡Por un pelito! -comentó Viveka con voz suave y las lágrimas empezaron a surcarle las mejillas.
 Viktor concentraba toda su atención en la carretera que tenía delante. Su bizquera se mantenía inquebrantable y sus finos labios permanecían sellados. El sermón de <<te-lo-dije>> resultaba innecesario. Tampoco hacía falta una disculpa por parte de Frankie. Lo que había ocurrido era evidente y estaba claro que cada uno de los tres podría haber actuado e otra manera. Sólo quedaba una cuestión por resolver: y ahora, ¿qué?
 Frankie lanzó una mirada furiosa a su rostro empapado de llanto, reflejado en el cristal de la ventanilla. La amarga verdad le devolvió su mirada. Su apariencia física daba miedo.
 Una a una, las lágrimas le fueron cayendo de los ojos como si fuera una cadena de montaje y se tratara: formar, caer, resalar... formar, caer, resbalar... Y cada lágrima evocaba algo que Frankie había perdido. Esperanza. Fe. Confianza en sí misma. Orgullo. Seguridad. Confianza en los demás. Independencia. Alegría. Belleza. Libertad. Inocencia.
 Su padre encendió el radio.
 -...el monstruo que presuntamente fue visto en el instituto Mount Hood ha asumido en un estado de absoluto pánico a cuatro integrantes del equipo de animadoras.
 La noticia viajaba a toda velocidad.
 -Viktor, apágalo -solicitó Viveka entre sollozos.
 -Es importante saber qué han averiguado -repuso él, subiendo el volumen-. Tenemos que evaluar los daños.
 Frankie soltaba chispas.
 -Dinos exactamente lo que viste -insicó una grave voz masculina a través de la radio.
 -Ella era verde. Bueno, creo que era hembra, aunque no se distinguía bien. Todo ocurrió muy deprisa. Se hacía pasar por humana y, de repente, se lanzó contra nosotras -la voz de la chica se empezó a quebrar- como una especie de... ¡bestia extraterrestreeeee!
 
La tristeza de Frankie se tornó en indignación. 
 -¡Pero si sólo intentaba presentarme!
 -Ahora estás a salvo -repuso el entrevistador, tratando de controlar a la testigo-. ¿Y si te tomas un respiro? -sugirió, y su voz se amortiguó temporalmente.
 Cuando regresó al micrófono, su tono era totalmente profesional.
 -En la ciudad de Salem, el primer avistamiento de monstruos se produjo en los años cuarenta -explicó-, cuando una manada de hombres lobo, que entre los dientes sujetaban bolsas de McDonald's, fue detenida en la frontera entre California y Oregon. El asunto no volvió a repetirse hasta el año 2007, cuando un niño llamado Billy empezó a desaparecer como por arte de magia ante los ojos de la gente. Y ahora, una bestia alienígena de color verde ha sido descubierta en el instituto Mount Hood...
 Viveka apagó la radio de golpe.
 -Al menos, buscan a un extraterrestre -soltó un suspiro de alivio.
 -Frankie -Viktor miró a los ojos de su hija por el espejo retrovisor-. Las clases empiezan el martes. Después del Día del Trabajo. En tu instituto de verdad. Se llama Merston High y está a tres manzanas de nuestra casa. Pero no te permitiremos asistir a menos que...
 -Ya lo sé. Entiendo -Frankie sorbió por la nariz-. Me lo pondré todo. Lo prometo.
 Y hablaba en serio. Sus ganas de poyar lo verde habían desaparecido.
  

Monster High - Lisi HarrisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora