De treinta y uno a treinta y cinco.

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Una de las cosas que más odiaba Yuri eran las miradas de lástima que recibía por parte de su familia, amigos y/o compañeros de trabajo. En su opinión era una de las peores cosas que podías hacerle a un conocido.

Las odiaba con cada fibra de su ser.

Si él había podido superar lo ocurrido desde hace casi un año y medio las personas a su alrededor deberían hacerlo también, ¿no? Vaya, por carne propia sabía que no era sencillo, pero ¡vamos! El tiempo ya había transcurrido.

Una vocecilla en su cabeza le incitaba a darle una gran bofetada a sus compañeros de trabajo que no dejaban de mirarlo como si fuese un pequeño animal herido. Enderezó su espalda y, con su característica elegancia, caminó frente a ellos. Tratando de ignorar el murmullo de uno de ellos:

—Pobre Yuri, debe de estar sufriendo...

Por un momento en su mente pasó la idea de encarar a esos dos hombres indiscretos y, con toda la calma que podía, decirles:

—¡No, maldita sea! No me duele, ¡supérenlo!

Irritado caminó hasta la parada del autobús, tratando de ignorar lo más que podía a esa incitante voz en su cabeza. 

Al otro lado del hilo Victor terminaba su cigarrillo para posteriormente apagar la colilla con la suela de su zapato; al erguirse pudo distinguir a una figura muy conocida para él caminar hasta donde se encontraba. Distinguió una gran tensión en el cuerpo del nipón y, por la dura expresión que portaba, el peliplata supuso que no se encontraba con el mejor ánimo.

—¿Por qué tan feliz? —inquirió ladeando la cabeza sonriendo lo suficiente para molestar un poco más a Yuri. E

La única respuesta que obtuvo fue una penetrante y gélida mirada achocolatada, la cual decía con claridad: Cállate, imbécil.

En otro momento de su vida se hubiese sentido culpable, no obstante, se limitó a apretar los labios para no sonreír. Yuri cuando se enojaba podría parecer el anciano más gruñón del planeta y eso le divertía.

Decidió esperar un poco para que el pelinegro se tranquilizara mientras tanto su autobús llegó y ambos subieron al transporte que los llevaba a su hogar.

El peliplata jamás se esperó que aquel chico de hace dos años con ojos hinchados y mejillas manchadas por las lágrimas se convirtiese en uno de sus más grandes amigos y mucho menos su compañero de apartamento. Sin embargo, le gustaba pensar que el destino había sido el encargado de juntarlos.

Anteriormente Yuri vivía con su mejor amigo, Phichit, pero cuando éste se mudó con su actual pareja, tanto el nipón como el ruso pensaron que sería una gran idea compartir su apartamento. Ambos eran hombres responsables, además se llevaban muy bien y compartían un sentimiento de soledad que fue desplazado al mudarse juntos.

Al otro lado del hilo |Victuri|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora