De ocho a doce.

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A los siete años a Victor le dijeron que no debía de hacer tantas travesuras pues el Sol lo veía y seguía hasta que éste se ocultara y aunque el ruso sabía que eso no era cierto le gustó la idea de que el Sol estuviese siempre con él hasta que la ...

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A los siete años a Victor le dijeron que no debía de hacer tantas travesuras pues el Sol lo veía y seguía hasta que éste se ocultara y aunque el ruso sabía que eso no era cierto le gustó la idea de que el Sol estuviese siempre con él hasta que la Luna brillante tomase el lugar de la estrella ardiente; los años pasaron y ahora con doce años seguía divirtiéndose con ello.

Pedaleaba sin cesar en su bicicleta, dejando su cabello relativamente largo al aire, portaba una gran sonrisa, su día en la escuela no pudo haber sido mejor. Le gustaba una chica de ojos azules y cabello pelirrojo, la niña más linda de todo el mundo -en palabras de Victor- y, justo aquella mañana, Mila se había girado hacia su banca levantando una de las esquinas de sus labios con cierta timidez.

—Victor...

—¿Si? —trató de no lucir como un tonto frente a ella.

—¿Te gustaría que hiciéramos el trabajo de historia juntos?

El platinado se quedó unos segundos en silencio, su cerebro procesaba la información que acaba de recibir. ¿De verdad Mila le estaba preguntando eso?

—¡Sí! —respondió por fin, al escuchar su tono emocionado se aclaró la garganta—. Quiero decir, sí, sí.

—¿En serio? —Victor estaba seguro que jamás había visto una sonrisa tan bonita como la que esbozó Mila en esos momentos—. ¿Te parece si voy a tu casa a las cinco?

Y esa era la razón por la que el platinado iba sin descanso por la calle, totalmente apresurado deseando llegar a su casa para darse una ducha, ¿cómo iba a recibir a Mila oliendo a sudor gracias a su clase de deportes? No, no, debía de darse prisa. 

—¡Hoy será un gran día! —gritó al aire para después soltar una carcajada de emoción.

Pasó al lado de uno de sus vecinos favoritos, quien caminaba hacia su automóvil con dos cajas de pesados libros. Al señor Katsuki no solía verlo muy a menudo pues vivían a varias manzanas de distancia aunque cada vez que se encontraban, el japonés era muy amable con él y le sonreía. 

—Buenas tardes, señor Katsuki —detuvo su bicicleta para ayudarle a sostener la puerta de su auto.

Toshiya al guardar en el asiento trasero sus pertenencias saludó al joven ruso. Le preguntó sobre su día a lo que Victor respondió sin dejar de sonreír:

—Va mejor que nunca.

Miró rápidamente el interior del auto e hizo una mueca, dejando de lado su emoción. El asiento trasero estaba lleno con cajas selladas con cinta adhesiva. 

—Entonces su familia y usted sí se mudarán —al parecer los rumores que había escuchado eran ciertos. 

—Me temo que sí... Nos vamos mañana, de hecho.

Sintió como el japonés revolvía sus cabellos, supuso que en su rostro mostraba tristeza pues si bien sólo conocía a los señores Katsuki -ya que jamás pudo conocer a sus los hijos del matrimonio-, sabía que los extrañaría.

—Espero que les vaya muy bien.

Toshiya sonrió.

—Disfruta tu día, Victor.

El ruso retomó su viaje, no obstante, pudo escuchar con claridad como el señor Katsuki en voz alta le decía:

—¡Recuerda que el Sol te está viendo, chico!

Así fue como la sonrisa regresó a su rostro, dejó detrás al nipón quien veía aquel cabello platinado moverse con el viento.

Al otro lado del hilo, Yuri se negaba a empacar las últimas cosas que le quedaban en su habitación. Lanzaba con fuerza la pelota que su padre le había dado, queriéndole mostrar de ese modo a sus padres que no estaba feliz con la idea de irse. 

—Yuri —escuchó a su hermana mayor entrar.

La ignoró como pocas veces lo hacía, siguió lanzando la pelota contra el, ahora vacío, muro.

—Yuri... Anda, termina de guardar tus cosas, papá tiene que bajar las cajas que faltan.

—No —habló por fin.

El pequeño niño de ocho años detestaba el hecho de tener que irse, y no es que se fuesen a mudar a otro estado o país, sólo se cambiarían de vecindario, la oficina de su padre había migrado al sur de la ciudad y por comodidad se mudarían.

Mari suspiró y se acercó hasta donde estaba el niño con cabello negro, se arrodilló para quedar a su altura.

—Ya te he prometido que te traeré cuando pueda, así seguirás viendo a Phichit.

Phichit era su mejor amigo, aún recordaba como un caniche había pasado por encima de su castillo, destruyéndolo por completo. Fue gracias a la determinación y entusiasmo del tailandés que, al dejar de llorar, construyeron otro.

Yuri miró a su hermana a través de sus anteojos, Mari jamás le mentía. Mari siempre cumplía su palabra.

—¿No confías en mí?

—Confío en ti —respondió sin dudar.

Su hermana le sonrió antes de darle una suave palmada en la frente, gesto que había adquirido recientemente. A Yuri no le molestaba pues no dolía y, la verdad, ya estaba acostumbrado.

Fue gracias a su hermana mayor que terminó por guardar sus cosas. Miró alrededor de su habitación sintiendo nostalgia de dejarla atrás. Esa habitación lo vió crecer aunque ya era tiempo de dejarla, aunque aún no estuviese del todo de acuerdo.

Por su ventana pudo ver a su padre charlar con un chico de cabello platinado, ladeó su cabeza, jamás había visto una cabellera tan peculiar.

—Mari-chan... —llamó sin dejar de ver por la ventana. El chico se alejaba con velocidad en una bicicleta roja —. ¿Conoces a ese niño?

Sintió la presencia de su hermana detrás de sí, siguiendo su mirada

—Es sólo un chico del vecindario...Y anda, anda, hay que bajar las cajas.

Yuri miró una última vez por la misma dirección, el chico ya sólo era una figura diminuta. Por un momento deseó haber hablado con él alguna vez.

Pero ya era demasiado tarde. 

Otro casi encuentro, ahre

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Otro casi encuentro, ahre. 

Nos leemos pronto, xHaruKatsuki. <3

Al otro lado del hilo |Victuri|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora