Capitulo uno

66 11 0
                                    


Capitulo uno

Mayo de 1850

El sonido de sus rápidos y enérgicos pasos invadieron el estrecho espacio entre las paredes del laberíntico jardín. Los setos se inclinaban sobre él, como si quisieran cerrarle el paso, y el corazón le latía tan fuerte que pensó que ahora si lo oirían. Recorrió lentamente la estrecha vereda, sus pies desnudos deslizándose silenciosamente por la fresca y verde hierba, su pecho palpitando. Le temblaba todo el cuerpo y le sangraba la mano, tal vez rota después del puñetazo en la cara que le había propinado a Michele con el cortante filo de su anillo de diamante. Al menos había conseguido deshacerse de él y esconderse en el laberinto. No se atrevía a pedir ayuda, pues sabía que solo los tres hombres lo oirían.

Esa noche, no había nadie más afuera. Las gotas de lluvia se esparcían en un cielo azul oscuro cubierto de nubes. Las cigarras cantaban al unísono mientras el viento, que soplaba primero de un lado y después del otro, traía consigo fragmentos de un minueto interpretado en los jardines reales, el minueto de su baile: el de su fiesta de compromiso. Su prometido había sido incapaz de asistir.

Inclino la cabeza hacia la izquierda al oír movimientos al otro lado del frondoso seto.

Él estaba allí. Un sabor acido del vino que había bebido le subió por la garganta.

Podía ver su silueta, alta y elegante. Podía ver la silueta de una pistola en su mano. Y supo que de la misma forma, él podría ver su traje de seda clara a través de las ramas. Se puso en cuclillas y se alejó con cautela.

-No tenga miedo, Alteza. –Oyó la meliflua voz de Seung a varios pasos de distancia-. No vamos a lastimaros. Salid, no hay nada que podáis hacer.

El Coreano se había separado de su compañero para cercarlo.

Reprimió un sollozo, dominando su fragilidad mientras trataba de decidir el mejor camino. Aunque había correteado por el laberinto desde que era un niño, el miedo lo hacía ahora dudar de su sentido de la orientación.

Escucho el pausado murmullo que provenía de la fuente del centro del laberinto y trato de guiarse por su sonido. Se acurruco contra el arbusto y desde allí inspecciono palmo a palmo el camino, cerrando con tanta fuerza los puños que las uñas se le clavaban en la palma de la mano. Al final, apretó la espalda contra los espinosos arbustos, demasiado asustado para superar el recodo camino. Espero, temblando, en un intento vano con contener los nervios y el nudo que le oprimía el estómago.

Él no sabía lo que querían.

Había recibido otras veces proposiciones de los engreídos y hambrientos cortesanos de palacio, pero ninguno de ellos había tratado nunca de retenerlo por ña fuerza. Y mucho menos, habían usado armas.

«Kamisama, por favor»

Quería gritar, pero tenía demasiado miedo. El viento soplo de nuevo: traía olor a hierba, a jazmín... a hombres.

«Ya vienen»

-Alteza, no tiene nada que temer. Somos sus amigos.

Echo a correr, su corta y negra cabellera al viento. Se oyó un trueno, el anuncio de una tormenta de verano que traía el viento.

Al llegar al final del pasaje se detuvo otra vez, demasiado asustado para girar en el próximo recodo, donde quedaría a merced de Michele o el Coreano, Seung, quienes parecían dispuestos a encontrarlo. No podía dejar de pensar en lo que le decía su antigua institutriz, que un día le pasaría algo malo si seguía actuando de una manera tan salvaje y descarada.

El príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora