Capitulo dos

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Capitulo dos

Solo una cosa podía aguardar a un hombre de honor cuya vida se había convertido en un infierno: una muerte gloriosa. En ese momento, Victor Nikiforov lo deseaba con todas sus fuerzas.

Él le temía, si, y no sin razón, penso con amargura. Era la única cosa pura que había conocido nunca, tan bueno e inocente como la luz del día, y ahora le había visto matar como un animal: matar y disfrutar matando.

Había tratado siempre de mantenerlo alejado de ese lado oscuro que le poseía... y ahora, esto.

Al alejarse de él, Victor penso que iba a estallar de furia, conmovido y descontrolado por esa criatura salvaje y deliciosa. No podía deshacerse de él, como tampoco podía ignorarlo durante todo el camino.

Verlo le dolía.

A menudo, en sus lejanas misiones, imaginaba que si pudiera verlo, si pudiera estar cerca de él, olerlo, entraría en un estado de éxtasis similar al que provocaban algunas drogas exóticas; pero claro, eso no sucedía. Con esa ilusión había ido sobreviviendo todos estos años, en su propia espiral. Ahora, vio la realidad. Cada momento con él era una tortura porque Yuuri era todo lo que necesitaba, y, a la vez, todo lo que le era negado.

No podía tenerlo. Eso era todo lo que sabía. Pero pronto se liberaría de todo eso.

La urgencia resonó en sus venas. Tenía que escapar, alejarse de él. Tan pronto como fuera posible, emprendería el camino. Había huido hacia tres años, en una noche estrellada de abril, cuando Yuuri le había rodeado en sus brazos, le había besado y susurrado que le amaba -« ¡absurdo! »- y huiría de nuevo esta noche, tan pronto como lo pusiera a buen recaudo. Incluso ahora, que estaba a punto de marcharse, se alejaba de lo que más desesperantemente quería.

Había dado unos tres o cuatro pasos para alejarse de él, cuando Yuuri le alcanzo y le tomo firmemente de la mano.

-Vamos, venga aquí –dijo, exasperado, con su voz suave y ligera.

Desarmado, elevo una ceja, demasiado hipnotizado como para protestar cuando le tiro de la mano y le atrajo hacia el cómo se atrae a un niño perdido.

Al verlo caminar por el patio, Victor penso, agitado, en el rey de las hadas. Sus mechones negros revoloteando en opulenta libertad, en cada uno de sus pasos enfurecidos.

-Nunca lograre entenderle, Nikiforov –resoplo-. ¿Es que no le importa que le hieran?

Siempre le llamaba Nikiforov cuando estaba enfadado.

-No duele –mintió, su descuidada valentía tan puesta a punto como el filo de su navaja. Pero lo cierto era que le agradaba que el corte le hubiese hecho merecer un poco de su caridad. Quizás sirviese también para distraerlo de lo que había pasado y visto.

-¿Por qué no me dijo que le habían herido? La mirada de enfado que le dirigió por encima de su elegante hombro hizo resaltar las líneas aristocráticas de su delicado perfil y la largura de sus pestañas negras-. ¿Por qué tengo siempre que estar adivinando con usted? ¿Cómo puede quedarse ahí de pie, sangrando, y dejar que siga riñéndole como a un bebe? Ah, no importa, ¿es grave?

-Aún no hay necesidad de llamar al embalsamador. Bueno –Se corrigió-, quizás para él.

Se detuvo en seco al ver el cuerpo que bloqueaba la salida. Echo un vistazo a sus pies descalzos, a solo unos palmos del charco de sangre. Victor ignoro la sangre, mas ocupado en admirar las alhajas de plata que lucían en sus pies.

Algunos de sus mechones, negros como el hollín, le cayeron enmarcando su blanca cara, mientras bajaba la cabeza. Acto seguido, levanto la vista hacia él, angustiado.

El príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora