Marionetas

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En medio de una habitación que desconocía, contemplaba con extrañeza las peculiares figuras que colgaban de las paredes. Las ventanas iluminaban tenuemente la habitación, otorgándole un ligero halo dorado. Dudé de mi presencia allí hasta que me percaté de otras personas a mi lado. Sentadas, observando las cripticas figuras, con un aspecto solemne. Tan solemne y quietas como estatuas. Su inexpresividad y la mirada sin vida me alteraban. No había ni un sonido ni movimiento, como si todo estuviese congelado. La sensación de que algo no andaba bien encrespaba mi piel, y deseaba huir.

Me moví cuidadosamente, sin perder la noción de que me encontraba rodeada de extraños que podían reaccionar de cualquier modo. Pero para mi asombro, ellos ni siquiera se movieron o parpadearon ante mí. Permanecí observándolos mientras me iba, preguntándome cómo habían llegado a ese estado catártico.

Atravesé la única puerta que encontré. Un gran patio se abría frente a mis ojos. El verde de los arboles ocultaba las murallas de cemento que se alzaban alrededor, dando la apariencia de un espacio libre. Podía reconocer el engaño que al parecer los demás no veían. Personas iban y venían en grupos o solos. Una sonrisa se dibujaba en sus rostros. Sonrisas forzadas que ocultaban el dolor en sus miradas.

¿Qué era este lugar y cómo había llegado?

Comencé a caminar, sonriendo falsamente para camuflarme entre el resto. Miré el cielo que no era cielo. Solo algo que se le asemejaba para encubrir la mentira de ese lugar. Un obra que traspasaba los límites entre lo falso y real.

Busqué una salida, y escondido entre los arboles la encontré. De pronto, una punzaba me paralizó. Un dolor que comenzaba en mi cabeza y se extendía a todas partes. Casi letal. Un extraño recuerdo llegó a mi consciente, una voz urgente y un mensaje que no recordaba con claridad.

Huir. Prevenir. Detenerlos. Un par de figuras corrían apresuradas a través de un gran pasillo serpenteante, lleno de puertas y más pasillos; un oscuro laberinto de cemento. Recuerdo la luz del sol. El verdadero sol; cálido, brillante y vivaz.

El recuerdo se detiene ahí mientras ingreso a la galería recién descubierta. Mareada por palabras que no decodifico y por acciones que no recuerdo. Si vi el verdadero sol, debí haber encontrado la salida de esa gran farsa. Así que caminé buscando algo que me pudiese indicar que iba por buen camino, quizás un presentimiento que me dijese qué era lo correcto.

Caminé y caminé, sintiéndome asfixiada entre paredes que se asemejaban, recorriendo lugares por milésima vez y preguntándome si habría realmente una salida. "Debemos huir de aquí como sea, debemos prevenir al resto de lo que puede sucederles si vienen. Hay que detenerlos como sea" la voz, clara y sollozante me quitó la estabilidad. Mi corazón frenético intentaba controlarse, pero mi mente era una nebulosa que no encontraba su norte.

"Aquí está la salida, vamos, apresúrense" dijo otra voz, y esa era mi voz. Recordé un pasillo con puertas y ventanas selladas. Yo guiaba a más personas, tres para ser exactos. Corriendo por nuestras vidas, intentábamos huir de esa locura. Agobiados por las imágenes vívidas y enloqueciendo por lo que podía llegar a ser, tropezábamos en el anhelo de libertad y seguridad.

Finalmente, entre tantas puertas una parecía funcionar. La abrí y vi al sol. Nunca había estado tan feliz de verlo. El cielo azul era hermoso y prometedor. Veía la esperanza a través del horror y el miedo. Pero estábamos siendo seguidas y aún corríamos peligro.

"Vayan, yo los distraeré" dije, sin dar tiempo a ninguna respuesta. Empujando a mis compañeras hacia el exterior, cerré la puerta detrás de mí y corrí. Gritos desde la realidad golpeaban mi conciencia con culpa, pero tenía que hacer lo necesario para proteger al resto.

Sabía que si encontré la salida una vez, podía hacerlo nuevamente.

Las tinieblas de mi conciencia se disiparon suavemente. Analicé con detenimiento el sitio en el que me encontraba para escapar lo antes posible. Agitada y cansada, intentaba abrir cada puerta y salida que encontraba. Una punzaba de esperanza me quitó el aliento cuando una puerta logró abrirse. La idea de estar a salvo me daba ganas de llorar. Y sin dudar, encontré el valor para cruzar al otro lado.

Me vi en medio de una habitación que ya no encontraba desconocida, con cripticas figuras que colgaban de las paredes. El falso sol iluminaba a través de la ventana, con un halo dorado. Todo era quietud y espanto. Los presentes, allí sentados, contemplaban las figuras sin detenimiento. No se movían, quizás ni respiraban. Solo eran esfinges de carne y huesos que vivían detenidas en el tiempo, siendo simples marionetas.

Y yo, allí presente, no dejaba de preguntarme si acaso lograría encontrar de nuevo la salida, para huir de esa obra que no dejaba de reproducirse. Como si acaso hubiesen oído mis pensamientos, el sequito de marionetas humanas se giró hacia mí. Inexpresivos y con miradas vacías.

Estaba segura que ya no habría más salida paramí.     

Antología de una neurótica © [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora