Paranoia

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Después de un día complicado y de una larga noche con amigas llame al remis para irme a mi casa, y me quede afuera a su espera. La noche era clara gracias a la luz de luna y el viento parecía imperceptible, junto al sonido de los grillos hacían el ambiente más cómodo.

Un auto oscuro llego a la puerta lentamente y el hombre dentro de él me miro fijo, con seriedad. Me puse de pie y camine hacía él con nerviosismo; solían intimidarme los remises y más aún las personas dentro de él. Sentía un gran alivio cuando el conductor era simpático, relajado, o bien, era una mujer; sobre todo con conductoras mujeres me sentía relajada pero eran escasas en un trabajo como ese.

El hombre del interior del remis tenía un rostro tétrico y sombrío; un leve escalofrío me recorrió. En solo segundos y por medio del espejo retrovisor, me recorrió de pies a cabeza y me pregunto el destino. Respire hondo y con firmeza aparente dije la dirección, y con un brusco movimiento el conductor puso los primeros cambios y arranco.

Me acomode enderezándome contra el asiento y manteniendo mis cosas bien cerca mío. Era inevitable no mirar las calles atentamente y prestar suma atención en la forma de manejar y como él actuaba. En todo momento miraba el celular; no precisamente la hora era lo que me inquietaba sino que veía en él la única posible escapatoria ante cualquier situación que pudiera pasar.

Si, lo sabía muy bien. Uno de mis tantos defectos era la paranoia, pero era propensa a tenerla. En todo escenario, no importa cuál fuera, veía posible cualquier cosa. Cosas que pasarían tranquilamente en una película o en un libro, aunque también las veía en la realidad de los noticieros.

Observaba las puertas; eran un tanto viejas y algo rotas, como el resto del auto pero no tendría problema en abrirlas ante una emergencia. Si en cambio no funcionara eso, rompería los vidrios; con mi cuerpo pequeño saldría sin problemas, aunque con alguna que otra lastimadura. Los cinturones estaban rotos pero para atar a alguien por un momento servirían, y yo con mi poca fuerza me vería inmovilizada por ellos. Otra vez mire el celular y gire hacia la ventana.

A medida recorríamos calles un poco oscuras una punzada dolorosa invadía mi pecho, el corazón me latía a ritmo acelerado y sentía el sudor frio sobre mi frente. A pesar que la luz de las calles volvía a resurgir, mi estado de alerta seguía permanente. La relajación parecía ir volviendo cuando veía casas conocidas.

La frenada repentina y brusca del auto hizo saltar mi adrenalina al máximo. Él giró con una sonrisa maquiavélica y me miró posesivamente. Salió del auto y me abrió la puerta con fuerza, mis ojos se agrandaron de exaltación porque no podía creer lo que estaba sucediendo. Quería gritar pero no podía y sentía deseos de moverme pero era imposible. Se adelanto hacia mí y el instinto de huida surgió en mi interior. Saque de mi cartera el desodorante en aerosol y lo rocié un poco, apurándome para salir por la otra puerta y dejando atrás mi celular.

Sin pensarlo dos veces comencé a correr sin rumbo alguno. Angustia y desesperación era lo que me impulsaba a seguir. Temía perder el camino a mi casa por lo que me detuve solo segundos a ver el panorama. Lo vi a él, atrás mío, persiguiéndome casi a punto de alcanzarme. Quería llorar pero era inservible en esa situación, solo potenciaría todo.

Comencé mi huida nuevamente hacia una casa que parecía habitada, con algunas luces encendidas. Golpee y grite con desgarro para ser atendida pero mis ruegos no recibían respuesta alguna. Sentí una gran impotencia dentro mío pero no tenia consuelo, solo me restaba seguir corriendo e intentarlo en otro lado.

Las casas, los edificios, los arboles, todo giraba alrededor mío; era como una gran montaña rusa de emociones y escenas que no podía aguantar más. No veía a mi perseguidor pero sabía que estaba ahí, al acecho, a la espera de verme flaquear o sentirme protegida para poder ir tras de mí, sin ningún problema y remordimiento.

Vi a la lejanía un chico subir  a un auto. Mis ojos se llenaron de lágrimas con esperanza de poder conseguir ayuda. No podía dejar de pensar en mi vida, en la de mi familia. Se sentirían absolutamente destrozados de saber mi final, y más aún la tortura y desconsuelo que fue llegar a él.

Podía ver mi futuro, hallando mi cuerpo en una zanja o un descampado, y se tendría mucha suerte si lograban encontrarme. Mis padres con depresión, angustia y culpa; todo el mundo se echaría la culpa pero solo yo la tenía.

Con un grito desgarrador llame al chico y corrí hacia él. Le suplique ayuda y le di mis razones intentando hacerme entender sobre todo por mi estado. No sé si me entendió o no pero me miraba con lastima, yo solo rogaba que me creyera. Mis lágrimas caían frías por mi cara, él se acerco con timidez y poso su mano en mi hombro con protección, esa protección que tanto anhelaba. Mi llanto exploto y pese a que no soy una persona de tomar confianza con rapidez, lo abrace y llore a su hombro.

El chico no sabía qué hacer, como actuar, que responder. Solo posaba su mano en mi espalda y acariciaba con la otra mi pelo. Intente tranquilizarme rápidamente y decirle que necesitaba irme de ahí, que corríamos tanto él como yo peligro porque sin quererlo lo arrastraba conmigo a esa pesadilla. Me tomó de la mano y me llevo hacia el auto, ayudándome a sentar cuidadosamente y él se apuro para subirse y arrancar el auto.

Con una sutil sonrisa me transmitió tranquilidad. Pero todo se acabo cuando los disparos contra el auto empezaron. Todo parecía parte de una película, una realidad inimaginable; quería salir de ahí, suplicaba hacerlo. Me pellizcaba y me pegaba intentado despertarme, si es que era un sueño. Uno de los disparos tocó la rueda y esta se pinchó, otra atravesó el vidrio y tanto el chico como yo nos vimos obligados a agacharnos. Él auto se detuvo. Él y yo nos mirábamos con temor, se decidía a apretar el acelerador cuando la puerta de él se abrió. El hombre de aspecto tétrico se veía agitado y enfurecido. Apunto su pistola y no dudo en gatillarle en la frente. Yo grite y quise llorar, era la única persona que se había animado a ayudarme y había acabado muerto por mi culpa.

El hombre sonrió y me miró, “Podes irte” me dijo. Lo mire confundida y volvió a repetir lo dicho. Sacudí la cabeza, y miré a un lado, hacia la puerta de mi casa. El viaje había terminado sin problema alguno, todo lo demás había sido parte de mi imaginación.

 

Antología de una neurótica © [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora